Los Estados Unidos de América, han sido considerados como país, ejemplo de sistema democrático, en que por lo general ha primado el Estado de Derecho, el respeto a la elección popular, la transferencia pacífica del mando presidencial, así como la tolerancia recíproca entre partidos políticos.
Lamentablemente el estándar al que nos referimos ha sufrido una gravísima quiebra en la última elección. En ella los competidores del Partido Demócrata y del Partido Republicano, eran Biden y Trump, este último que pretendía su reelección.
Donald Trump en la campaña por la primera magistratura norteamericana, durante la difusión de información sobre los resultados electorales en cada uno de los estados de la Unión y en días previos a la ratificación formal de resultados en el Congreso de aquel país, se ha comportado en forma inadecuada, antes que ideas primaron adjetivos calificativos des usuales entre contendores y por supuesto irrespetuosos.
Los resultados adversos, trató Trump de revertirlos con reclamaciones sin fundamentos atendibles y, más era el deseo de cambiar lo que se había perdido en la cancha para la derrota convertirla en victoria en mesa, lo que por supuesto no se produjo.
Cuando ya todo lo tenía perdido, recurrió al viejo recurso de llamar a la protesta popular de sus seguidores, recurso muy empleado en democracias jóvenes y frágiles, pero no en los Estados Unidos, con trayectoria de respeto al Estado de Derecho, a las instituciones republicanas, y a la voluntad popular.
Pudimos ver a través de la televisión y redes sociales, como Trump incitaba a tomar las calles y la turba, convertida en ama y señora de la plaza, asaltó nada menos que el Capitolio, el recinto de la Cámara de Representantes y del Senado, léase Congreso de los Estados Unidos de América. Hubo toque de queda, enfrentamientos, heridos y contusos y, hasta muertos. Penoso espectáculo que nunca siquiera imaginamos que podríamos ser testigos.
Se puede entender la protesta, con razón total o parcial, inclusive sin ella pues siempre es posible errar, pero lo que no puede permitirse es la violencia, los atentados contra la integridad de los representantes del orden, el intento de impedir la reunión y toma de decisiones del Parlamento, los daños a la propiedad pública y privada, y en general el desorden.
La protesta no es otra cosa que manifestar disconformidad con alguna decisión dispuesta o por disponerse, pero ella tiene que ser pacífica, ya que es una forma del derecho de reunión y de expresión, pero no de excesos de ningún tipo.
El mal ejemplo que se ha dado en los Estados Unidos es sumamente grave, por haberse producido en uno de los mayores íconos democráticos del universo, que lamentablemente podrá repetirse en otros confines del globo, para lo que habrá que estar sumamente alertas.
Las grandes figuras que fundaron la Unión o que luego la fortalecieron como Benjamin Franklin, Thomas Jefferson, James Madison, George Washington y Abraham Lincoln, si resucitasen probablemente quisieran volver a la tumba por vergüenza de lo sucedido.
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