Por: Luciano Revoredo
Ya nada que haga el señor arzobispo de Lima, Monseñor Carlos Castillo, nos sorprende. Sus desatinos doctrinarios, su pésima teología y sus deslices más propios de un agitador comunista que de un pastor de almas ya son cosa cotidiana.
El gran problema es que en sus desvaríos arrastra al error a muchos que de buena fe lo escuchan y confían en él. Su última aparición ha sido en la Iglesia de Santiago Apóstol en Surco. Ese templo cumplió 450 años de existencia desde su fundación por el primer Arzobispo de Lima, Fray Gerónimo de Loayza, en el año 1571.
Existen referencias sobre la presencia en este lugar de Santo Toribio de Mogrovejo que además inició la tradicional celebración de la Semana Santa de Surco que hasta ahora se mantiene. Pero de nada de esto habló nuestro muy locuaz arzobispo. Más bien se centró en resaltar una posición anticristiana al señalar que Santiago Apóstol, como Patrón de España, “…refleja la imagen de un hombre violento, y que por eso se le representa con una espada”.
Habría que recordarle que Santiago el Mayor, Apóstol de Jesucristo, fue ejecutado por orden del emperador Herodes Agripa en el año 44 d.C. durante las persecuciones a los cristianos. Es así que Santiago se convertiría en el primer apóstol en morir por la fe cristiana y desde muy antiguo fue representado con una espada por su muerte y martirio. Tuvo el privilegio Santiago, según cuenta la tradición, de que mientras evangelizaba las tierras de España tuviera una aparición de la Virgen María que da inicio a la devoción de la Virgen del Pilar en España. Fue muchísimos años después de su muerte, que la religiosidad popular española lo representa a caballo y con espada al invocar su protección durante la guerra contra los Moros.
Hubiera sido mucho más edificante que Monseñor Castillo haga su prédica sobre este tipo de temas, pero en cambio refirió a Santiago literalmente como un pecador. Desconoce nuestro pastor que a lo largo de la historia la iglesia ha usado la vida ejemplar de los santos para motivar la fe de los fieles, no para denigrarlos.
El gran problema de Carlos Castillo es que antepone a su labor episcopal sus prejuicios políticos de liberacionista y marxista. Es por eso que cuando habla de la construcción del templo hace 450 años, lejos de resaltar la magnífica labor evangelizadora que se hizo en el Perú, se centra en el tema de la mano de obra indígena que levantó el templo de Surco, siempre desde una perspectiva de clase.
Esa es la triste situación de la iglesia peruana. La cátedra de Lima, que ha sabido de grandes arzobispos y cardenales, es ahora denigrada y mancillada por un marxista alevoso.
A modo de anécdota, pero muy reveladora de su inconsciente, cabe mencionar que al saludar a las autoridades al inicio de su homilía se refirió al Jefe de los Bomberos como el Jefe de los Ronderos. ¿En qué estaba pensando Su Excelencia?