Humpty Dumpty es el protagonista de un cuento inglés muy antiguo. Es un huevo gigante de aspecto antropomórfico. Aparece sentado en un muro desde el que arrogante diserta para finalmente caer estrellado.
Este enigmático personaje tiene una larga trayectoria literaria. Grandes autores como Joyce lo mencionan, pero tal vez su más notable reaparición es en “A través del espejo y lo que Alicia encontró allí” de Lewis Carroll. Como se sabe, años después de la publicación de “Alicia en el país de las maravillas”, Carrol escribió este cuento a manera de segunda parte.
Uno de los diálogos más notables es el que se da entre Alicia y Humpty Dumpty, al que encuentra sentado en lo alto de un muro. Ella en su ingenuidad comete varios “errores”. Él usa las palabras de otro modo, con otro sentido, y ella no lo entiende. Finalmente, ante tanta incomprensión se da el siguiente intercambio de palabras:
“Cuando yo uso una palabra –insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso– quiere decir lo que yo quiero que diga…, ni más ni menos.
–La cuestión –insistió Alicia– es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
–La cuestión –zanjó Humpty Dumpty– es saber quién es el que manda…, eso es todo”.
Aquí Carrol nos revela una de las claves del poder y una de las claves del sometimiento. Hoy lo vemos claramente cuando un progresismo empoderado y presuntuoso sentado en lo alto de un muro nos va cambiando el sentido de las palabras para, a partir del lenguaje, ejercer un poder sobre las mentes.
Es así que se pretende imponer el absurdo lenguaje inclusivo, derivado de la ideología de género, o una larga lista de eufemismos. Baste citar el uso de frases como “interrupción del embarazo”, para renombrar al horrendo crimen del aborto.
“La cuestión es saber quién es el que manda…, eso es todo”, dice Humpty Dumpty y es la verdad. Ellos van a terminar mandando si permitimos la imposición de este falso lenguaje, si entramos al juego de hablar en su falaz e ideologizado idioma.
Hay que hacer como Alicia, que cansada de las impertinencias del soberbio huevo sigue su camino:
Alicia esperó un minuto para ver si iba a hablar de nuevo; pero como no volviera a abrir los ojos ni le prestara la menor atención, le dijo un nuevo «adiós» y no recibiendo ninguna contestación se marchó de ahí sin decir más; pero no pudo evitar el mascullar mientras se alejaba: –¡De todos los insoportables…! –y repitió esto en voz alta, pues le consolaba mucho poder pronunciar una palabra tan larga –¡de todos los insoportables que he conocido, éste es desde luego el peor! Y… –pero nunca pudo terminar la frase, porque en aquel momento algo que cayó pesadamente al suelo sacudió con su estrépito a todo el bosque.
Así será. La realidad y la razón se han de imponer y el progresismo y sus desvaríos han de terminar estrellados como el legendario huevo.