El indignante “caso Maduro” refleja como una cleptocracia abusiva y criminal llega al poder, para hundir a una nación entera, como consecuencia de la corrupción sistémica imperante en el sistema democrático y bajo el disfraz de un inexistente “socialismo del siglo XXI” que no es otra cosa que la reedición se la dictadura que instaló Fidel Castro en Cuba desde 1959.
El fallido intento de asesinato contra el asesino Maduro refleja la desesperación de un pueblo sometido por la fuerza por un régimen de narcotraficantes que han desabastecido a Venezuela de elementos esenciales para sobrevivir y ha provocado uno de los éxodos más terribles y dolorosos en la historia de América Latina.
Frente a ello, ya sabemos que la OEA no sirve para gran cosa pese a su “Carta Democrática” que es letra muerta y con el agravante de un sistema interamericano de Derechos Humanos manejado por los caviares que vulnera la soberanía de nuestros países y al que en el Perú se le trata como el sancto santorum cuando sabemos bien que no tiene capacidad coercitiva alguna y está totalmente desprestigiado por sus politizados fallos.
La lección del “caso Maduro” o “Chávez” es muy clara: quienes creemos y practicamos la democracia debemos limpiar el sistema de corruptos, cubrir sus graves deficiencias sociales y desnudar a los seudo socialistas que, en el estilo de Gregorio Santos y Verónika Mendoza, se aprovechan del sistema, pese a que ellos mismos son protagonistas de actos de corrupción, para llevar agua a sus molinos obsoletos y totalitarios.
Es muy importante el trabajo de base: llegar con un mensaje claro y esperanzador a un pueblo sufrido que está harto de tanto abuso y tanta corrupción pero que debe comprender que la salida está en la propia reivindicación del sistema democrático y no en las propuestas demagógicas y falsas de quienes, con el pretexto de una nueva Constitución, pretenden insertarnos en el sendero del desastre venezolano. Aunque Maduro es probablemente inigualable.