Ricardo Sánchez Serra
Los recientes acontecimientos en Ucrania, sumados al vilipendio del líder ruso Vladimir Putín, la incesante propaganda bélica occidental que viene produciéndose desde hace meses y la desinformación, hace difícil su comprensión de cualquier razonamiento que justifique la decisión rusa de ingresar a Ucrania.
Fácil es seguir la corriente y condenar el accionar ruso. La gente solo piensa que estuvo mal y no quiere reflexionar por qué se llegó a ese punto, que las fronteras son inviolables, que el asunto de Donbass es un tema interno de los ucranianos y que Putin quiere volver a la Rusia imperial o a la Unión Soviética.
Si nos quedamos en ese análisis simplista, la desinformación invadió nuestro cerebro.
Los ejercicios militares de Rusia en la frontera con Ucrania y posteriormente con Bielorrusia, encendió las alarmas en EE. UU. y en la Alianza Atlántica, por lo que se realizaron encuentros al más alto nivel entre Occidente y los rusos. Y, mientras se realizaban las cumbres, la propaganda belicista occidental denigraba a los rusos en todo el mundo.
Putin pedía que se respetara el acuerdo verbal de que la OTAN no se expandiera hacia el Este, hacia sus fronteras; que Ucrania no ingresara a la OTAN y que no se instalara misiles cerca de sus fronteras. Exigía una respuesta por escrito.
- UU. y la OTAN reaccionaron con soberbia y menosprecio a Rusia, como diciéndole “fuiste potencia mientras eras la URSS, hoy ya fuiste” y ese acuerdo verbal no está por escrito, así que cualquier país puede ingresar a la OTAN.
Los rusos reaccionaron con decepción, debido a que la palabra empeñada no era cumplida -una regla violada, que viene desde la época de los cosacos “la promesa se cumple”- y, a pesar de ello, continuaban las conversaciones diplomáticas. Entretanto, EE. UU., Lituania y Gran Bretaña enviaban toneladas de armamento a Kiev.
Moscú anunció que sus maniobras militares estaban concluyendo, Se creía que el problema se estaba reduciendo. Ucrania, que parecía la víctima y que se envalentonó por el apoyo occidental, intensificó los ataques a la población civil prorrusa de Donbás y Rusia reacciona ingresando para evitar la matanza, que venía desde el 2014.
Cabe mencionar que Ucrania incumplía los Acuerdos de Minsk I y II, por el que tenía que respetar a la minoría prorrusa, otorgarle autonomía, respetar su idioma, entre otros. Ningún país, especialmente Francia y Alemania, le exigían su cumplimiento.
Rusia recelaba del gobierno ucraniano, al que considera pronazi y golpista. Recuérdese el golpe de estado -con apoyo occidental- al presidente prorruso Yanukovich en el año 2014.
Para entender más la idiosincrasia rusa, se debe saber que en el ADN de los rusos está el chip de la seguridad. Durante su historia Rusia se ha considerado una fortaleza sitiada y que ha estado a punto de desaparecer. Ha tenido la fortuna de tener grandes líderes providenciales en el momento preciso, como cuando el zar Pedro el Grande derrota al poderoso rey invasor sueco Carlos XII; o antes Dmitri Donskói, el gran príncipe de Moscú y luego Iván III el Grande, que derrotan a la Horda de Oro mongola. Y el zar Alexis Romanov reduce a la mancomunidad polaco-lituana.
Asimismo, Catalina II la Grande que vence a los otomanos en la batalla de Crimea; el zar Alejandro I que derrota a Napoleón y salva a Europa y el sanguinario Stalin, que vence a los nazis y también salva a Europa. Estas dos últimas son consideradas por los rusos como las guerras patrióticas, de las cuales se enorgullecen.
Hoy le tocó el turno a Putín, que se encuentra resucitando a Rusia como el ave Fénix, luego de la debacle de la URSS. A los que piensan que Putín quiere resucitar la URSS, conviene recordar lo que expresó: “El que no añora la URSS, es que no tiene corazón; pero quien la quiere de vuelta, es que no tiene cerebro”.
El líder ruso quiere la seguridad para su país. La Rusia europea es muy vulnerable, es una llanura hasta los Urales, no hay accidentes geográficos. Y perteneciendo Ucrania a la OTAN, un misil llega en cinco minutos a Moscú y tiene cobertura a todos los Urales. Habría que ser ruso para comprenderlo, porque como señala Henry Kissinger en un artículo publicado en el 2014, ni Occidente se ha molestado por estudiar a Rusia, y viceversa.
En este sentido la desinformación sobre los rusos campea, como señala el historiador colombiano Juan Camilo Vergara: los escritores europeos desde hace siglos pintan a los rusos como violadores, bárbaros, grandes como osos, beodos, que viven en cavernas… Vean la película de Rocky, el boxeador era gigantesco, inhumano, cruel, rubio -como si todos los rusos fueran rubios- que mató a Apollo Creed…
Los europeos tienen una imagen estereotipada, ya moldeada de los rusos y no los quieren aceptar como tales (las guerras religiosas católicos versus ortodoxos, también contribuyeron al rechazo), que también son europeos. Y, en lugar, de atraerlos, lo empujan a que se alíen a los chinos. Errores históricos.
Además, hay un doble rasero en los acontecimientos internacionales. Se rechaza un principio como el de la libre determinación de Osetia del Sur y Abjasia, y de Donetsk y Lugansk, de Crimea; y, sí se acepta el de Kosovo. En general, hay que respetar los principios del derecho internacional, como la libre determinación o la inviolabilidad de las fronteras, pero para todos por igual, no para unos sí y para otros no.
Se señala que los acontecimientos en Ucrania son los más graves desde la Segunda Guerra Mundial. ¿Y la guerra en los Balcanes? ¿El bombardeo a Serbia?
Igualmente, ¿la intervención de la OTAN y EE. UU. en Libia, Iraq, Afganistán o Siria, sin permiso del Consejo de Seguridad de la ONU?
Lo que hace Rusia está mal, y lo que hace Occidente está bien. Dejemos de desinformar.
O se aprueba todo o se condena todo, así de fácil.