Al margen de cómo termine la invasión, Pekín emerge como la ganadora de una relación en la que Moscú será más dependiente de ellos.
A partir de que el 4 de febrero los mandatarios de Rusia, Vladímir Putin, y de China, Xi Jinping, se reunieran en Pekín y firmaran un reportado grupo que elevaba la interacción entre sus 2 territorios al más grande grado en 70 años, la segunda economía de todo el mundo ha descrito de “Sólido como una roca”, “Inquebrantable”, “Sin límites”, “Por sombría que sea la situación” – la amistad entre los dos gobiernos, emparejados por su quiero de forjar un frente frente al competidor común, USA. La guerra en Ucrania representa la primera prueba de fuego para la apuesta de China por esta amistad.
Occidente ha incrementado esta semana la presión sobre Pekín. A los llamamientos de los polis buenos —los territorios de Europa y los aliados asiáticos como Singapur― para que use su predominación frente a Moscú en un papel mediador, se han sumado las acusaciones de Washington, el poli malo que considera que Pekín se encuentre dispuesto a dar ayuda económica y militar a Rusia.
Una acusación que ha repetido el mandatario de EE UU, Joe Biden, en su junta telemática con Xi este viernes, en la que conforme con la Casa Blanca ha reiterado “las repercusiones y consecuencias” de que China “apoye materialmente a Rusia a medida que lanza ataques brutales contra metrópolis y civiles ucranios”. No ha precisado qué tipo de secuelas, o si podrían integrar sanciones contra Pekín que se sumen a las ya impuestas contra Rusia.
Pekín ha negado con contundencia que se plantee contribuir a Moscú, algo que elevaría el problema a niveles todavía más peligrosos que ahora. Proclamar dicha iniciativa es “desinformación”, ha asegurado su Ministerio de Exteriores. En su copia a Biden, Xi pintaba a su territorio como una potencia amante del bienestar al resaltar que “la crisis ucrania no es algo que nos guste ver” y que “el problema y la confrontación no le conviene a nadie”. A partir del inicio, China ha adoptado lo cual define como una “neutralidad benévola”, una postura que a partir de Occidente se siente como una ambigüedad escorada hacia Rusia.