Alter B. Himelfarb W. – Miembro A.I.E.L.C.
Hoy más que antes, los pueblos Latinoamericanos se han expresado por todos los medios de comunicación, en contra de la corrupción.
Presidentes de algunos países de nuestra querida América Latina, el llamado Poder Ejecutivo, así como funcionarios del Poder Legislativo y otro tanto del Poder Judicial, se encuentran “empapelados” ante la Justicia, por pícaros, por ladrones, por desvergonzados, por rateros.
Vendrán los cánones del Derecho a calificar según el modo que hicieron su fechoría, pero de cualquier manera o calificación, no dejan de ser CARTERISTAS DEL ERARIO PÚBLICO.
A pesar de que estas expresiones de anti-corrupción, aún están frescas, estos bandidos, estas ratas, se niegan rotundamente a hacer cambios en su conducta, siguen robando, especialmente en el Poder Legislativo. Se revientan de la risa, aceptando que, “sí, hay que *comenzar* a hacer cambios, pero iniciaremos esa tarea dentro de varios años”. O sea, mientras estemos “Legislando”, no vamos a ser nosotros, sino los otros. Sencillamente, déjennos seguir robando (bajo cualquier eufemismo técnico).
Estos bellacos, piensan que robarle al Estado, es como no robarle a *nadie*. Estos, “Legisladores, Presidentes y Jueces”, pensarán que robarle al estado es como robarle a un *insensible* ente, no a millones de personas.
Estas ratas, por causa de su “abnegada gestión”, le quitan el pan de la boca a los niños, en los centros escolares; privan a millones de niños de educación; a millones de jóvenes de su educación secundaria y universitaria; privan a millones de niños, madres y padres de un servicio de salud, eficiente y eficaz; privan a millones de familias, de tener su propio hogar, un hogar que no suntuoso, pero digno, construido con excelentes materiales y con todos los servicios.
¿Cuántos niños mueren por una alimentación deficiente? ¿Cuántos niños, madres y padres, mueren por una insuficiente atención médica?
¿Quiénes cargan con esas muertes? Respuesta: Las ratas que estén en los tres Poderes.
Gente que cree que roban a “escondidas”, pero ya no recuerdan ni el Octavo Mandamiento, ni que un Espíritu Divino, los observa y que tarde o temprano, si la Justicia no les llega, les llegará de otra manera. Si no a ellos, a su descendencia, pero, de que les llega, les llega.
Y es extraño que las voces de las Autoridades Espirituales de nuestros países, brillan por su ausencia como si cohonestaran con la epidemia de la corrupción.
Complementario a esta situación, está la aplicación de la Justicia:
Los Estados, siguen aplicando “aspirinas”, cuando hay que aplicar “penicilina”.
La única manera de acabar con la corrupción, es la aplicación de una JUSTICIA ESPECIAL, AGIL E IMPLACABLE, EN MOMENTOS DE EMERGENCIA, como los que está viviendo América Latina. Una vez que las medidas hayan sido EJEMPLARIZANTES para las nuevas generaciones, entonces habrá llegado el momento de desmontarlas. ¿Porque, qué será necesario hacer, si la voluntad del Poder Legislativo quiere mantener el statu quo de la corrupción?
La ratas –algunas- de los 3 Poderes que manejan al Estado y lo Gobiernan, pueden hacer sus sucias faenas, pero ¿podría el Presidente de turno invitar a un referéndum y pedir al pueblo, poderes especiales para acabar con éste flagelo?
Porque lo cierto es que a todo lo largo y ancho de nuestra América Latina, hay una especie de “dejo” por parte de nuestros gobernantes (los 3 Poderes) a dejar las cosas como están.
Desde que en todos los países Latinoamericanos, descubrieron la corrosiva presencia de la corrupción y se destapó la olla podrida del *monstruo* de la corrupción, Odebrecht, no se ha hecho absolutamente mayor cosa por cortar de un tajo, a ésta epidemia.
¿Que esperamos? ¿Que nos salgan con el cuento de la *Lucha de Clases*? ¿Que nos salgan con el cuento de “Oligarquía” y abajo el *Imperialismo Yanqui*?, cuando todo el problema de la *desigualdad social*, se debe a la clase gobernante que roba, aceptando sobornos y haciendo cualesquier tipo de chanchullos versus la clase (el pueblo) que lamentablemente se deja robar.
¡He ahí el verdadero problema, que se le pasó por alto al chico “play” de la época, Carlos Marx: la falta de honradez de los *camaradas* empleados oficiales.