Por: JAVIER VALLE-RIESTRA / Jueces del TC sin pasado y sin futuro

por | May 17, 2022 | Opinión

Voy ha empeñarme, nuevamente, en explicar la naturaleza y atribuciones del Tribunal Constitucional (TC). Lo hago porque los iletrados que se atreven a opinar quieren un TC politizado y a merced de mediocres pseudo-demócratas del Parlamento. Reformémoslo para construir los cimientos de un verdadero Estado de derecho con poderes autónomos. Eso solo lo pueden hacer personas con biografía y pasión democrática. De lo contrario, solo tendremos títeres. Busquemos un TC que pueda tener figuras parecidas –lo que es dificilísimo— a los Luis Alberto Sánchez, Seoane, Townsend,
Cox, etc. Salvemos al Perú. Empero, los nuevos jueces elegidos, no tienen pasado ni futuro. ¿Cómo defenderán la democracia, si no son demócratas?.

II

Soy imparcial en este tema. No obstante que fui creador del Tribunal de Garantías Constitucionales, reconozco que el TC actual no es una isla democrática, pese a algunos aciertos en defensa del debido proceso y por declarar que no existen zonas de indefensión de los Derechos Humanos, por citar algunos casos de la primera década de este siglo. En ocasiones anteriores me referí al inventario de claudicaciones del TC: dos veces rechazó la demanda que pedía inconstitucionalizar la Carta apócrifa de 1993 a la que ungió como válida desconociendo a la legítima de 1979; rechazó sistemáticamente habeas corpus y amparos en que se luchaba por el debido proceso conculcados por el fuero anticorrupción; consagró la retroactividad maligna en perjuicio del reo en casos de leyes penitenciarias ex post facto, violando precedentes de la CIDH; rechazó amparos de militares indebidamente pasados al retiro; eliminó la Bolsa de Productos; declaró improcedente el amparo de los vecinos de la urbanización Chacarita del Callo contra la instalación de un depósito de productos químicos tóxicos en medio del barrio con el riesgo de producirse una nube ácida destructora de la vida y daños al medio ambiente, ¡increíble!, etc. etc.

III

En efecto, la idea de un Tribunal Constitucional concentrado fue introducida por mí en la Carta de 1979. Se diferencia de los tribunales ordinarios en que éstos pueden inconstitucionalizar una ley solo de manera difusa, casuística, inaplicarla en un expediente o juicio determinado y solo para lo debatido; mientras, el control concentrado puede abrogar una norma por defectos de forma o fondo; funciona como si fuera una segunda cámara; como productora negativa de normas, al revés del Parlamento que es generador positivo de la normatividad; aprueba leyes o delega facultades. Aunque hoy la tendencia es que puede dictar sentencias exhortativas, estipulativas, integratorias, interpretativas y manipulativas. Es decir, constituirse en legislador virtual. Fue Hans Kelsen quién construyó este tipo de magistratura consagrándolo, por primera vez, en la Constitución austriaca de 1920. En el Perú, como en España post-Franco; en Italia post-Mussolini o Alemania post-Hitler. Quisimos, como réplica al totalitarismo velasquista, poner también un Tribunal Constitucional (TGC) como vértice de la pirámide legal y supremo tutor de la jurisdicción de la libertad, expresada en la protección del Hábeas Corpus, palladium de la libertad, alma de la Constitución, así como del Amparo, vulnerados históricamente.

IV

Nadie en el Perú, especialistas, catedráticos, letrados o pueblo en general, tuvo fe en el viejo Tribunal de Garantías Constitucionales. No marchó. No se trató, como dijo el magistrado Diez Canseco en una polémica epistolar conmigo, de si el TGC funcionó o no –si tenía local, asistían y votaban los magistrados—. No. Eso sería una crítica simplista. Ese ente debió ser custodio de la Constitución y de los Derechos Humanos y no lo fue; no tenemos ningún leading case al estilo americano Marbury vs. Madison (1803), o al argentino del caso Siri (1957) en que, prescindiéndose de la ley, por inexistente, se reconocían los principios de prevalencia de la Constitución sobre cualquier norma. Esa desilusión se ha reproducido hoy con la elección de miembros del TC, ente totalmente politizado. Lo digo con animus criticandi de las decisiones jurisdiccionales del fuero parlamentario y por eso expreso agravios como ciudadano. Sus nuevos miembros son Don nadie, hemos caído en manos de ilustres desconocidos.

Como los jóvenes de hoy no cumplen con su deber, iconoclastamente proclamo: ¡Los jóvenes a la tumba, los viejos a la obra!


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