Por: Juan Gualberto Rondinelli Garay
Primero, es preciso anotar la etimología (origen) del vocablo, que cuando hablamos de idealismo hacemos mención a la “propensión o tendencia a presentar o entender las cosas como perfectas o mejores de los que son en realidad”. Pero, como llevamos esto al mundo taurino?. Pues bien, podemos decir, ante todo, que un torero primero debe y tiene que repasar su vida – idealmente para este caso -, para poder conocer así su yo (sujeto) y entender, luego de ello, a las cosas que lo rodean (objeto). De ese modo, tomando en cuenta esa conciencia de sí mismo, la idea de sí mismo, del sujeto y del pensamiento para plasmarlo a la realidad, se asume, por ejemplo, ese valor consciente que tienen los matadores antes de salir al ruedo; ejercen su arte y su oficio toreril con conocimiento de su yo torero para poder enfrentar así los miedos y retos del albero.
Podemos ver, dentro de esa forma de entender el mundo, que el idealismo es también el considerar a este, y a la vida, de acuerdo con unos modelos de armonía y perfección –ideal- que no se corresponden siempre con la realidad. Tenemos de esa forma, que el diestro José Tomás, nos enseña, luego de cortar 11 orejas y un rabo y de indultar a un toro, en magistral e histórica faena en el Coliseo de Nimes (Francia), en setiembre del 2012, lo siguiente: “morir en una plaza es una cosa grande”. El espada, dentro del idealismo subjetivo de Berkleley, Kant, Fichte, Mach, Cassirer y Collingeood – quienes sostienen que las ideas solo existen en la mente del sujeto-, ya ha entendido el mundo, su mundo, de manera que no teme hablar de la muerte, porque es su muerte y de idealizar –porque así lo entiende él- lo grandiosa o perfecta que sería encontrándola en la arena, ya que para él no existe un mundo externo autónomo, sino que todo gira alrededor del sujeto cognoscente, del ser pensante que realiza el acto del conocimiento y porque, en este caso, el torero, nacido con el alma de torero, crea su arte en base a lo que su mente va creando, por la magia de ese don y duende propio
El Idealismo taurino, en esencia, debe ser una forma de entender e idealizar ese ámbito del toro, el cosmos taurino, la vida de torero y la vida misma también; artísticamente, valientemente, con arrojo, echándole arte, emocionando, entendiendo su vida y entendiendo su muerte, como una faena redonda, tan simple y tan complejo como eso, como cuando nos dice nuevamente el grande de Galapagar, ya rematando su filosofía: “…cuando un toro pega una cornada, y sobre todo, cuando un toro mata a un torero, ya sea de oro o ya sea de plata, en una plaza de toros, pues eso engrandece la fiesta, entonces pues a mí no me importaría para nada morir en una plaza, creo que no hay nada más bonito para un torero que morir en una plaza de toros…” (sic). Ya idealizó su vida.
De modo general, debemos entender siempre al idealismo taurino como la búsqueda de un norte, inalcanzable a veces, pero que en cuyo difícil trajín y camino, en las ganas de seguirlo, los toreros se dejan guiar por lo más excelso, sublime y artístico; en deleite del respetable y, las más de las veces, continúan la senda de lo ideal, creando y recreando, lo mejor de su alma torera, de su sustancia y su esencia.