De tiempo pretérito a la fecha y en relación a los partidos políticos, tristemente se ha sustituido a la ideología por las personas, cambiándose el seguimiento a las ideas políticas por el seguimiento a individualidades, que muchas veces ni siquiera tienen liderazgo conductual, sino que son simples caciques partidarios.
En nuestra patria siempre se reconoció la existencia de tres corrientes políticas, cada una con su propia ideología. Una de ellas la social democracia representada en el Perú por el APRA, otra la social cristiana que en las últimas décadas estuvo representada por el PPC y, por último, las diversas izquierdas con innumerables facciones, pero con el común denominador de abrigar las tesis socio-marxistas. Los grandes ideólogos nacionales de las mencionadas tres tendencias políticas fueron, a no dudarlo, Víctor Raúl Haya de La Torre, Víctor Andrés Belaunde y José Carlos Mariátegui, respectivamente
No dudamos que existieron, e incluso existen, otras agrupaciones políticas que tuvieron éxito, pese a su orfandad ideológica a veces maquillada por cierto confusionismo conceptual. En menor grado existieron algunos partidos que se identificaban de derecha, aunque quizás con más inclinación liberal o conservadora que netamente de derecha.
La ideología política de los partidos se supone que es lo permanente, pero son los planes de gobierno y de acción los que van cambiando, aunque indiscutiblemente inspirados en la ideología.
¿A qué viene lo descrito? Simplemente al hecho de que se han ido fundando, inscribiendo y actuando como si fuesen partidos políticos, algunas organizaciones para participar en elecciones, aunque sin una clara ideología, llevando a la contienda a personalidades que simplemente quieren llegar y, a veces llegan a la presidencia de la República, al Congreso, a los gobiernos regionales y a los principales gobiernos locales.
Gran parte de las organizaciones a las que nos hemos referido en el párrafo anterior, no son lideradas sino conducidas por caciques, que usualmente son los “dueños” de las agrupaciones, que ponen los recursos para conseguir firmas, formar comités, abrir locales, preparar planes gubernamentales y pagar los gastos del día a día para mantener las puertas abiertas.
Como puede observarse no se trata de seguimiento a ideas y programas, sino a personas, no necesariamente líderes, pero que al ser “dueños”, imponen usos, decisiones, así como también candidaturas.
Ésa forma de hacer política es la menos conveniente, ya que minimiza ideas y nutre egos personales, que normalmente tienen poca duración al igual que las organizaciones que alucinan que lideran.
Hay que recuperar a los partidos, que no pueden ser golondrinas de un solo verano, sino organizaciones permanentes en que caminan de la mano las ideas y las personas. Gran reto por supuesto.