JAVIER VALLE-RIESTRA / El viaje traidor de un presidente

por | Jun 12, 2023 | Opinión

Quisiéramos ocuparnos de las traiciones presidenciales en el Perú, lógicamente, nos referiremos por excelencia al siglo XIX, donde destaca la deserción del presidente Mariano Ignacio Prado, durante la guerra con Chile (1879). Efectivamente, se ausentó del país en pleno conflicto, so pretexto de ir a comprar buques y armas.

Partió, es verdad, con la autorización del Congreso, ejecutada varias semanas después de recibida la licencia parlamentaria. Se llevó consigo varios miles de libras esterlinas, de las que jamás dio cuenta. Por eso, tiene aquí el estigma de traidor. Volvió al Perú en el mismo año 1879 y tuvo que abandonar el cargo por la hostilidad nacional y la sublevación de Piérola.

De todos los presidentes que hemos tenido en el Perú, el único sindicado como traidor es Mariano Ignacio Prado. Murió en Paris (1901), discriminado, afrentado por su cobarde deserción. En el siglo XX no hubo ningún caso análogo. Los jefes de Estado fueron acusados de dictadores, de déspotas, de haberse apropiado fondos públicos. Ninguno fue condenado o tachado de traidor.

Ahí están los nombres de Nicolás de Piérola (1895-1899), Candamo, López de Romaña, Calderón, Benavides, Billinghurst, Leguía, Pardo, con biografías de excesos políticos autocráticos, pero ninguno de tachado de traidor al Perú. Ninguno.

 

Ni siquiera Sánchez Cerro, Prado, Benavides, Bustamante y Rivero, Odría, Belaunde, Alan García. Los otros personajes de ese siglo no tienen ese estigma. Autócratas, pero patriotas. Examinemos las conductas presidenciales del siglo XIX, del siglo XX y del actual. Saldrán limpios. No fueron traidores. En todo caso, fueron malversadores. Analicemos.

II

Lo central del caso de Mariano Ignacio Prado es que se ausentó por largo tiempo dejando al país acéfalo, en una época en la que nos encontrábamos en guerra y en la que era inminente una crisis interna por la oposición liderada por Piérola y por la opinión pública negativa por la situación fiscal y bélica (…). El hecho es que Mariano Ignacio Prado no regresó al país en condiciones insólitamente graves para al Perú.

 

El peligro de entonces no ha tenido muchas similitudes a la lo largo de nuestra historia (Cfr. César Delgado Guembes – Wilo Rodríguez: “Los Viajes del Presidente 1822-1998” A&B S.A. editores, Lima 1998, p. 5). Respecto de aquella ausencia presidencial, Basadre afirma que no puede menos que censurarse el viaje de Prado. La sorpresa ante su partida en 1879 tenía que estallar inevitablemente en expresiones de protesta de donde podían salir la anarquía y la guerra civil ante el enemigo robustecido y envalentonado por sus victorias en mar y tierra.

 

El hecho que en la jefatura del Estado quedase un anciano –su vicepresidente Luis La Puerta— enfermo y casi reblandecido agravaba la situación. Y Markham, citado por Basadre, escribió: “El general Prado vio los desastres inevitables que eran inminentes y concibió la esperanza de evitarlos obteniendo ayuda en dinero o en material o intervención, de Europa o Estados Unidos. No hay razón para suponer que estuvo impulsado por motivos menos valiosos. Pero nada puede excusar esa súbita deserción de su puesto” (Cfr. Basadre, Historia del Perú, tomo V, p. 2401).

III

Nuestras constituciones han limitado al Presidente salir del territorio, incluso si se replegaba a más de ocho leguas de la capital. En las Constituciones de 1826 y 1828, el jefe de Estado no podía ausentarse del territorio de la República, ni de la capital, sin permiso de las Cámaras Legislativas o del Congreso.

 

La de 1834, igual; además, la presidencia se suspendía si se alejaba más de 45km de la ciudad-capital. Las Cartas de 1856 y 1867 también requería autorización del Congreso, incluso durante su juicio de residencia. La de 1933 facultaba al Congreso a fijar el tiempo para ausentarse del territorio y que la presidencia de la República vacaba si no se reincorporaba vencido el permiso de viaje. La de 1979 señalaba que la presidencia quedaba vacante si el presidente salía del territorio sin permiso del Congreso o no se reincorporaba al cargo al término de la autorización. La vigente de 1993, en los artículos 102, 113 y 115, se ocupa de autorizar viajes, encargo del despacho al vicepresidente; pero es vacado si sale sin autorización del Congreso o no retorna al término de su viaje.

 

En resumen: ladrones si, traidores no. Al final, moralmente esos individuos hipócritas y valetudinarios forman parte de la comparsa que aplastó al Perú en los siglos XIX y XX. Los próximos años serán de reivindicación y de reconstrucción moral de nuestra patria.

 

(*) Jurista, exconstituyente, exdiputado, exsenador y excongresista de la República.


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