En mi calidad de Presidente del Consejo por la Paz he tenido siempre presente una frase del Mahatma (que significa Alma Grande, así denominado por Tagore) Ghandi, padre de la “no violencia” y de la independencia de la India: “La victoria obtenida a través de la violencia es equivalente a una derrota porque es momentánea”.
Esta frase constituye, sin duda, una respuesta categórica a la afirmación marxista de que “la violencia es la partera de la historia” cuando, en la práctica se convierte en todo lo contrario ya que -encuadrándonos en las palabras de Ghandi- revoluciones como la de los bolcheviques en la Rusia del siglo pasado no condujeron a una pretendida reivindicación de los derechos fundamentales del ser humano sino todo lo contrario: el establecimiento de una de las dictaduras totalitarias más oprobiosas de la historia y, por tanto, constituyen, desde el punto de vista de sus objetivos, una derrota convalidada 72 años después con la caída de la Unión Soviética.
El fracaso de la violencia no puede medirse en términos de un resultado que, a la postre, resulta históricamente efímero. Recuerdo al respecto que, en un diálogo sostenido con Haya de la Torre, me dijo luego del golpe militar que sacó del poder en el Brasil al comunista Joao Goulart: los comunistas pueden quedarse algún tiempo, los militares no pueden sentarse mucho tiempo sobre las bayonetas. Pero ambos fracasaron.
En esta era donde, pese a todo, persiste la violencia como una clara herramienta de poder, es claramente emblemático el caso de Ucrania: a la inversa de lo que esperaba el autócrata genocida ruso Vladimir Putin, su fallida invasión, que ha costado decenas de miles de muertos, ha servido para cohesionar a ese pueblo en torno a ideales nacionalistas y a la necesidad de asentar una economía autónoma y libre de corrupción que no había aún calado desde su independencia, a la caída de la Unión Soviética, en 1991.
Cuando los desmanes ocurridos tras la caída del golpista Pedro Castillo y las “tomas de Lima” por parte de una minoría aymara adocenada por la izquierda totalitaria marxista leninista pudimos también percibir lo efímero de ese intento que, con el rechazo de la inmensa mayoría de los peruanos, pretendió a través de la violencia lograr su objetivo de destruir la democracia en el Perú.
Los marxistas pretenden también reforzar su sangrienta tesis con la teoría de la violencia estructural de Galtung. A la postre, dicho caldo de cultivo de pobreza, marginación e injusticia jamás se ha resuelto por la vía de la violencia o de la dictadura del proletariado, sino a través del desarrollo y aplicación de valores esenciales al ser humano que la invertida ética marxista jamás podrá entender.