Según un estudio del Pew Research Center de 2014, Uruguay se ubica como un caso «atípico» en América Latina, con el porcentaje más alto de personas sin filiación religiosa, alcanzando el 37% de la población
Anualmente, las listas que enumeran los países que no reconocen o incluso prohíben la celebración de la Navidad suelen estar dominadas por regímenes autoritarios o naciones que siguen oficialmente religiones distintas a la católica. Sin embargo, en Latinoamérica, un país laico ha destacado durante más de 100 años al eliminar oficialmente del calendario festivo la celebración del nacimiento de Jesús. Este país, en plena democracia desde 1919, optó por reemplazar la festividad navideña por una que hoy puede considerarse más representativa para millones en todo el mundo: el Día de la Familia.
Uruguay, desde 1919, no reconoce oficialmente el feriado de Navidad ni otras festividades religiosas como el Día de Reyes, la Semana Santa ni el Día de la Virgen en su calendario oficial. A pesar de esto, estas fechas son celebradas de manera significativa, aunque con denominaciones alternativas en el calendario oficial: la Navidad se transforma en el Día de la Familia, el Día de Reyes en el Día de los Niños, la Semana Santa se convierte en la Semana de Turismo, y el Día de la Virgen adopta el nombre de Día de las Playas.
La secularización de los feriados religiosos es solo una de las múltiples acciones que Uruguay implementó entre finales del siglo XIX y principios del XX para lograr la completa separación del Estado de la Iglesia católica. Este proceso, tan singular en la región, ha sido objeto de estudio para académicos.
El proceso de secularización comenzó en 1861, cuando los cementerios, anteriormente bajo el control de la Iglesia, pasaron a ser administrados por el Estado. Posteriormente, en 1917, se aprobó una Constitución formalizando la separación entre la Iglesia y el Estado y garantizando la libertad de culto. A lo largo de este periodo, la influencia de la Iglesia católica, tanto simbólica como real, fue disminuyendo progresivamente.
Decisiones como la obligatoriedad del matrimonio civil antes del religioso en 1885 y la aprobación de la ley de Divorcio en 1907 marcaron hitos importantes en este proceso. Además, en 1909, se eliminó la enseñanza de la religión en las escuelas públicas. José Pedro Varela, defensor de la educación laica, gratuita y obligatoria, expresó el espíritu que guiaba a los políticos de la época: «No profesemos ningún culto, pero tengamos la religión del porvenir, con la mirada fija en la estrella de la justicia, que nos alumbre; marchemos incesantemente preparando el establecimiento de la democracia, en la que el pueblo convertido en sacerdote y en rey tendrá por guía y por Dios a la libertad».
Aunque el proceso no fue uniforme, con decisiones como la remoción de crucifijos de hospitales públicos en 1908 y la supresión de referencias a Dios y los evangelios en el juramento de los parlamentarios en 1907, las acciones de secularización marcaron la evolución de Uruguay hacia un Estado laico. Durante este proceso, José Batlle y Ordóñez, presidente entre 1903-1907 y 1911-1915, lideró una ofensiva que contribuyó a configurar la modernidad de Uruguay.
Según un estudio del Pew Research Center de 2014, Uruguay se ubica como un caso «atípico» en América Latina, con el porcentaje más alto de personas sin filiación religiosa, alcanzando el 37% de la población. Este grupo se divide entre aquellos que no tienen una religión particular (24%), ateos (10%) y agnósticos (3%). En comparación con países vecinos como Argentina (11%) y Brasil (8%), Uruguay destaca por su mayor proporción de personas sin afiliación religiosa.
En cuanto a la filiación religiosa de aquellos que sí se identifican con una religión, el estudio de Pew revela que el 42% son católicos, el 15% son protestantes y el 6% siguen «otras» religiones. Este panorama confirma la singularidad de Uruguay en el contexto latinoamericano, reflejando un proceso histórico y cultural que ha llevado a la construcción de un Estado laico y una sociedad con una significativa presencia de personas no afiliadas a una tradición religiosa específica.
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