Aún no han pasado ni diez años desde el Brexit británico, que ya se escuchan las campanas del “Dexit” alemán. Esta vez, la propuesta referendaria ha venido por parte de Alice Weidel, lideresa del partido de extrema derecha “Alternativa para Alemania” (AfD) y su grupo parlamentario en el Bundestag.
Weidel aboga por la eliminación del Euro (para retornar al Deutsche Mark), el uso de fondos públicos en Alemania y no fuera de ella (dando como ejemplo los 20 millones de euros donados para la construcción de ciclovías en Lima), políticas migratorias más restrictivas (heredadas de la época Merkel) y la salida de Alemania de la Unión Europea.
Fortalecida por las encuestas que le dan 30% de intención de voto, su partido AfD es la segunda fuerza política de Alemania detrás de los Partidos de la Unión del ala conservadora –Unión Democrática Cristiana (CDU) y la Unión Social Cristiana (CSU)-, y delante del partido socialista. En ese escenario, comparte ideario con el antiguo Partido Nacional demócrata de Alemania (NPD), bautizado desde 2023 como “La Patria” y conocido por ser de corriente neonazi, ahora dejado sin fondos públicos durante 6 años por el Tribunal Constitucional federal, por sus ideas xenófobas e inconstitucionales. Pese a ello, Weidel continúa expresando su opinión sobre la Unión Europea, a la cual califica de “proyecto fracasado que necesita una transformación radical”.
Esta idea de separación no ocasionaría mayor sobresalto, salvo que se trata de Alemania, país fundador de la Unión Europea. Esto ha ocasionado una movilización importante de la población alemana, la cual ve con temor la subida y potencial gobierno de esta extrema derecha en Alemania.
No es novedad entonces que en Estrasburgo la Unión Europea haya abierto el debate sobre “la lucha contra el resurgimiento del neofascismo en Europa”, para afrontar esta realidad. Este año entonces, Europa despierta con gobiernos euroescépticos como en Italia con Giorgia Meloni, tanto como en Suecia o Finlandia, sin olvidar a Hungría y Polonia, o en países como Francia (Rassemblement National de Marine Le Pen) o España (con Vox) donde los partidos de derecha están muy cerca de gobernar. Podemos citar también en esta tendencia al conservador Kyriakos Mitsotakis en Grecia, al “Partido de los Finlandeses”, los “Demócratas Suecos” o, el abiertamente neonazi, Marian Kotleba de “Nuestra Eslovaquia”. Para estos grupos la Unión Europea no estaría dando solución a problemas latentes, como la inseguridad, el crimen organizado, el desempleo, la recesión económica, la competitividad de la agricultura, la crisis migratoria o el creciente terrorismo islamista.
Así las cosas, Europa vive con normalidad los discursos extremistas sin un liderazgo que les haga frente. Lejos está el apretón de manos entre François Mitterrand y Helmut Kohl en Verdún, sellando la unión fraterna de Europa con dos de sus principales impulsores. ¿Podría existir la Unión Europea sin Alemania? Es posible que sí. Sin embargo, el euroescepticismo evidencia que su nacimiento obedeció a un contexto histórico muy particular, hoy lejano, el cual exige una reflexión evolutiva de sus principios fundadores, cruciales para enfrentar los retos del siglo XXI.
(*) Abogado internacionalista