En 1974, el presidente de Argelia, Houari Boumédiène, dio una declaración que en ese momento quedó como anécdota y que muchos dirigentes europeos tomaron como una broma: “Será el vientre de nuestras mujeres el que nos dará la victoria”. El islam siempre ha querido conquistar Europa; tuvieron en su poder por 8 siglos (711 a 1492) la península ibérica, el imperio persa llegó hasta el Cáucaso, y los otomanos conquistaron Grecia. Hoy están cada día más cerca de conquistar el viejo continente; solo les falta tiempo. Para ellos, nosotros los no musulmanes somos infieles y deben imponer el imperio de la ley islámica en Occidente.
Estamos perdiendo Europa. Veo el incendio causado por inmigrantes de la media luna en la ciudad de Leeds, Inglaterra. La policía de West Yorkshire está superada en número. París tiene un cordón de distritos tomados por inmigrantes del islam, donde la ley que se impone es la musulmana. En plenos Juegos Olímpicos, en la localidad de Le Bourget, dos trabajadores de una televisora australiana fueron robados y golpeados. Los países nórdicos, Finlandia, Noruega, Dinamarca y Suecia, otrora paraísos del progresismo social, han denunciado su hartazgo y el combate contra esta inmigración radical. Alemania, con casi 6 millones de musulmanes, se ve sobrepasada; las agresiones sexuales están a la orden del día. En España, el «efecto llamada» con el “buenismo” tonto del social progresismo hace que cada cierto tiempo las olas de pequeñas embarcaciones llamadas pateras lleguen a las costas de las Islas Canarias Alicante e Islas Baleares; en solo 24 horas pueden llegar más de 1,000 inmigrantes y, claro, ninguno es devuelto a su lugar de origen. Como consecuencia, los efectos de la delincuencia se disparan y son ocultados por la prensa socialista, un círculo vicioso de nunca acabar.
Giovanni Sartori, politólogo italiano, una de las mentes más lúcidas de Europa, sentenció: “La Unión Europea es un edificio mal construido y se está derrumbando. La situación se hace más desastrosa porque algunos han creído que se podían integrar los inmigrantes musulmanes, y eso es imposible”. Y es imposible porque las políticas migratorias sin sentido, sin control, sin filtros que Bruselas aplica a toda la Unión Europea, parecen pretender reemplazar a la población originaria en un siniestro plan dictado por sabe Dios qué ente maligno.
El resultado está a la vista: la quema de iglesias católicas, el antisemitismo en su apogeo. No es casualidad; son dos escollos que tienen que derrumbar si quieren reinar. “La cruz y la estrella de David” es lo único que se lo impide. Ya lo dijo en el Congreso de los Estados Unidos con una lucidez sobrecogedora Benjamin Netanyahu: “Tengo un mensaje para esos manifestantes: cuando los tiranos de Teherán, quienes cuelgan homosexuales de grúas y asesinan mujeres por no cubrirse el pelo, los elogian, promueven y financian, ustedes se han convertido oficialmente en idiotas útiles para Irán”. Y cuando Europa esté con la soga al cuello, ahí estará la cruz y la estrella de David para dar la batalla, y los progres de la vida escondidos como roedores.
(*) Analista internacional