Una de las virtudes más importantes que se nos enseña desde el Catecismo de nuestros primeros años de vida, para quienes somos cristianos, es la misericordia y compasión, rememorando las palabras de Jesús sobre la bondad, el perdón y la reconciliación.
¿A qué viene lo señalado? La respuesta es simple: nos llama la atención las duras decisiones de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, respecto a monseñor José Antonio Eguren Anselmi, quien con absoluta obediencia las ha acatado. No nos hemos enterado por él, sino porque fueron de público conocimiento producido desde la Santa Sede y/o desde la Nunciatura Apostólica, que es la embajada del Estado Vaticano en el Perú.
A monseñor Eguren lo conocemos desde hacen muchísimos años, desde cuando durante algo más de diez años fue nuestro párroco en la Iglesia de la Reconciliación en Camacho, para luego desempeñarse como obispo auxiliar de Lima, acompañando en su ministerio eclesiástico al arzobispo de Lima de aquel entonces, hoy cardenal Juan Luis Cipriani. Después y por cerca de dos décadas ha sido arzobispo de Piura y Tumbes.
Somos testigos del trabajo pastoral y social de monseñor Eguren en Camacho, desde donde prestaba gran ayuda a diversas comunidades de bajos recursos en zonas aledañas a su sede eclesial, acción que luego amplió a toda la jurisdicción del arzobispado limeño. Y, ya en Piura su labor fue inconmensurable como lo prueban la infinidad de testimonios que dan fe de ello.
Por todo lo antes señado y por decir lo menos, causó gran sorpresa la determinación pontificia de solicitarle a monseñor Eguren su renuncia al arzobispado piurano, que lo ha convertido en “arzobispo emérito”, aunque sin funciones específicas; en buen romance pasó al retiro antes de tiempo, lo que fue aceptado obedientemente por el afectado.
Lamentablemente la cosa no quedó allí, y como se dice coloquialmente, “tras cuernos palos”, se le acaba de comunicar, a través del nuncio apostólico en Lima, su separación de la comunidad eclesial “Sodalicio de Vida Cristiana”, conjuntamente con otras nueve personas, no habiéndose precisado la motivación específica respecto a cada una de ellas; con lo cual todo lo que se ha dicho, con razón o sin ella, respecto al fundador del Sodalicio y algunos pocos seguidores, llueve por igual sobre todos, lo que es no solo injusto sino muy nocivo, sobre todo para monseñor Eguren cuyo comportamiento como pastor de la Iglesia Católica siempre fue ejemplar.
Seguramente a muchos religiosos, al igual que como a seglares como quien escribe estas líneas, lo señalado causa estupor, pues nos hacen recordar a la Inquisición, llamada “Santa”, cuando sabemos que de ello carecía absolutamente. Monseñor Eguren no conoce específicamente los cargos, no puede responder entonces adecuadamente por ellos y, el solo hecho de la renuncia al arzobispado y su salida del Sodalicio, dañan su imagen, su buen nombre, prestigio y alta consideración de quienes valoramos su magisterio eclesial.
El Papa o Santo Padre, para quienes abrazamos el catolicismo, es infalible, pero solo en determinados temas y tal infalibilidad no se traslada a sus colaboradores, que al haber errado en sus apreciaciones deberían rectificarse, después que informen a monseñor Eguren de los cargos contra él, para que pueda ejercer su defensa en debido proceso, el que hasta ahora no existe.
Desde el catecismo juvenil nos enseñaron de las virtudes de la misericordia y compasión. Esperemos que en este caso se pongan en práctica y no porque exista materia a perdonar, sino porque la justicia lo exige para remediar en algo el daño ocasionado.