En Bakú, la COP29 ha arrancado con un fuerte enfoque en la financiación climática, y esta vez las voces exigen más que promesas. António Guterres, secretario general de la ONU, lo dejó claro: «El mundo debe pagar o la humanidad pagará el precio».
La frase es contundente y el mensaje directo. Nos encontramos en un punto donde las palabras no bastan; la financiación se ha convertido en el corazón del debate y en la clave para la implementación de los compromisos climáticos.
Sin embargo, detrás de los titulares y los discursos, la COP29 ha expuesto la división creciente entre los países vulnerables que soportan gran parte del impacto del cambio climático, y las naciones más industrializadas.
En el evento, líderes de países como las Maldivas y Reino Unido enfatizaron que, sin fondos suficientes, los objetivos quedarán fuera de alcance. Keir Starmer, primer ministro británico, anunció un ambicioso compromiso de reducción de emisiones para 2035, pero no todos comparten la misma convicción.
El presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, aprovechó la oportunidad para defender la industria petrolera, tildando de «hipócrita» el doble discurso de algunos países occidentales que, mientras critican a otras naciones, aumentan su dependencia de los combustibles fósiles. Esto plantea un dilema evidente en la COP29: ¿cómo avanzar cuando la transición verde parece frenada por la dependencia global en combustibles fósiles? Para naciones como Perú, el desafío es aún más apremiante.
En el contexto de la Amazonía, que funciona como uno de los pulmones del planeta y que está amenazada por la deforestación y la extracción de recursos, la lucha contra el cambio climático adquiere una dimensión particular.
El país ha experimentado de primera mano los efectos de fenómenos climáticos extremos, como sequías que afectan sus cultivos y lluvias intensas que provocan inundaciones devastadoras. Y, aunque Perú ha sido uno de los países latinoamericanos que más ha avanzado en establecer áreas protegidas y promover energías renovables, enfrenta retos gigantescos.
La falta de financiación es una constante que limita sus capacidades para implementar soluciones sostenibles y proteger sus recursos naturales. Guterres señaló con acierto que estamos en la «cuenta regresiva» para limitar el aumento de temperatura global a 1,5 grados Celsius, y que el tiempo se acaba.
Perú, al igual que otros países vulnerables, necesita de una estructura de financiación robusta y accesible para afrontar la adaptación y mitigación climática. Este financiamiento no solo debería incluir donaciones, sino también inversiones que apoyen la transición hacia energías limpias, waste energy y la restauración de ecosistemas, así como la creación de empleos verdes, esenciales para la economía en el país.
Muchos observadores, incluidos activistas peruanos, han expresado su frustración por la falta de acción concreta por parte de estos países. La ausencia de estos líderes no solo envía un mensaje desalentador a naciones como Perú, que se ven en la primera línea de los impactos climáticos, sino que también mina la confianza en un cambio significativo.
Perú, con su biodiversidad única y sus ecosistemas cruciales, es una pieza importante en el esfuerzo global contra el cambio climático. Pero para que sus esfuerzos den frutos, necesita el respaldo de la comunidad internacional. Sin un régimen de financiación climática efectivo y accesible, las promesas de Bakú corren el riesgo de convertirse en palabras vacías.
La COP29 tiene el potencial de ser un punto de inflexión, la realidad es innegable: sin un cambio estructural en la forma de financiar y gestionar la crisis climática, el costo seguirá recayendo sobre los más vulnerables.
Abogada Constitucionalista