Muchos comparan aparte de la población de Europa y a su dirigencia progresista con los músicos del Titanic, que, en pleno proceso de hundimiento del colosal barco, seguían tocando sus instrumentos como si nada ocurriera. Sin embargo, la realidad es que muchas cosas están pasando: algunos están tomando conciencia, mientras otros las ocultan con descaro. Lo cierto es que lo impensable ha dejado de serlo.
Europa enfrenta múltiples problemas que la aquejan profundamente. Desde la crisis demográfica, la crisis migratoria o el colapso de sus instituciones globalistas —remedo de un gobierno único como la Unión Europea, la OTAN el Parlamento Europeo Consejo Europeo Comisión Europea etc.— hasta la adopción de la llamada “religión climática” como faro y guía, que ha llevado a la destrucción de la agricultura en muchos países de la región. A esto se suma una severa crisis energética, representada por la “guerra del gas”, nombre más preciso para la guerra de Ucrania. Un ejemplo claro de ello es la voladura del gaseoducto Nord Stream, que transportaba gas a bajo costo desde Rusia hacía competitiva industria germana. Este hecho está llevando al motor económico del continente, Alemania, a una crisis profunda. El pueblo alemán enfrenta la peor recesión económica de lo que va del siglo. Después de Ucrania, Alemania después de Ucrania es el país más afectado por este conflicto, que ya ha cobrado más de un millón de muertos. No es de extrañar que las próximas elecciones de febrero 2,025 el partido de derecha, alternativa para Alemania (AFD) gane las elecciones y se confirme algo que crece día a día en el mundo la vuelta a la soberanía de los estados y su alejamiento del Globalismo.
Ante la dramática crisis demográfica consecuencia de su baja natalidad, entra el segundo problema grave: la calidad de la inmigración. En este punto, los cálculos políticos no son casuales. Es evidente que los inmigrantes serán decisivos en las futuras elecciones, España por ejemplo necesita 25 millones de inmigrantes para el 2050 y así mantener su “estado de bienestar”. Una inmigración regulada y dosificada, proveniente de países que comparten idioma, costumbres y una cosmovisión similar, sería lo ideal. Por ejemplo, Hispanoamérica, una región rebosante de jóvenes deseos de emigrar, podría ser una fuente natural de inmigración para España. Sin embargo, en lugar de eso, se abren las puertas al islam.
Además, los inmigrantes musulmanes representan un costo elevado para el Estado y, a menudo, no logran integrarse plenamente en la sociedad europea. Sin embargo, su importancia política como «votos asegurados» en el futuro parece ser la prioridad de quienes promueven esta política migratoria. Esta situación, dramática y maquiavélica a la vez, se da en un contexto donde se fomenta el aborto como método de control natal, justo cuando Europa más necesita nacimientos.
La cultura y la sociedad europeas están siendo puestas en peligro. El ejemplo de España puede aplicarse a todo el Continente, aunque algunos países han comenzado a tomar medidas. Ojalá no sea demasiado tarde para evitar que se cumpla lo que el presidente de Argelia, Houari Boumediene, predijo en 1974: “Con el vientre de nuestras mujeres conquistaremos Europa”.
Analista Internacional