Se acercan las últimas semanas del año, y estas fechas son las mejores para revisar los conceptos esenciales en el desarrollo humano. El idealismo material y el idealismo filosófico son dos perspectivas que, aunque comparten un enfoque centrado en ideas y valores, difieren profundamente en su aplicación y fundamentos. En el contexto de un país como Perú, en busca de un desarrollo sostenible y equitativo, resulta crucial entender estas diferencias para evaluar cuál podría aportar más a nuestro progreso.
El idealismo material se centra en la transformación de las condiciones materiales de la sociedad como medio para alcanzar ideales. Su origen puede rastrearse a las teorías de Karl Marx, quien enfatizó que las condiciones materiales y económicas determinan la estructura social y las ideas predominantes.
Parte del supuesto de que los cambios en la economía, la infraestructura y las estructuras sociales son los motores del desarrollo. Por ejemplo, un enfoque idealista materialista para mejorar la educación en Perú implicaría priorizar la construcción de escuelas, la distribución de tecnología moderna y la garantía de acceso a recursos didácticos.
Por otro lado, el idealismo filosófico plantea que las ideas y los valores son el fundamento de todo cambio significativo. Este enfoque tiene raíces en la filosofía de Platón, quien sostuvo que las ideas son la verdadera realidad y que el mundo material es solo un reflejo imperfecto de estas. Para este enfoque, la clave está en transformar la forma en que las personas piensan, sienten y se relacionan con el mundo.
En el ejemplo de la educación, un idealista filosófico enfatizaría la importancia de inculcar valores como la empatía, la curiosidad y el pensamiento crítico, creando una base cultural que sustente las mejoras materiales. Ambas perspectivas tienen méritos y limitaciones. El idealismo material puede ser pragmático y efectivo a corto plazo, pero corre el riesgo de descuidar el impacto a largo plazo de los valores y la mentalidad colectiva.
Por ejemplo, la construcción de hospitales y carreteras no garantizará un progreso sostenible si las personas no están comprometidas con su cuidado y uso adecuado. Por otro lado, el idealismo filosófico puede parecer abstracto o lento en sus resultados inmediatos, pero tiene el potencial de generar transformaciones profundas y duraderas.
En el caso de Perú, un enfoque híbrido que combine ambos idealismos podría ser la mejor opción. El país enfrenta desafíos complejos como la desigualdad, la corrupción y el cambio climático, problemas que requieren tanto soluciones materiales concretas como una renovación de valores sociales.
Por ejemplo, la lucha contra la deforestación podría abordarse mediante políticas estrictas de protección ambiental (idealismo material) junto con una educación que fomente la conexión espiritual y cultural con la naturaleza (idealismo filosófico). Además, el contexto peruano, con su rica diversidad cultural y tradición histórica, ofrece un terreno fértil para la integración de estas perspectivas. La cosmovisión andina, por ejemplo, valora la interconexión entre el ser humano y su entorno, lo que resuena con el idealismo filosófico. Al mismo tiempo, las demandas urgentes de modernización y mejora de condiciones de vida apuntan a la necesidad de un enfoque material.
Perú tiene mucho que ganar adoptando un modelo de desarrollo que no excluya ni al idealismo material ni al filosófico. La construcción de un país mejor no depende solo de infraestructuras y economías, sino también de cultivar una sociedad que valore el respeto, la colaboración y la sostenibilidad. Al combinar estos enfoques, podríamos aspirar a un desarrollo más integral y significativo, acorde con nuestra diversidad y nuestros sueños compartidos. Gracias por leerme
(*) Abogada Constitucionalista