Por: Luciano Revoredo // Castillo maricón

por | Ene 20, 2025 | Opinión

En un acto deplorable el Cardenal Carlos Castillo, Arzobispo de Lima, ha tomado una posición no solo controvertida, sino profundamente errónea y peligrosa en su defensa de la obra teatral «María Maricón».

Este espectáculo, que ha generado una ola de indignación por su contenido blasfemo y su claro desprecio hacia los símbolos sagrados del cristianismo, ha encontrado en el Cardenal Castillo no un pastor protector, sino un defensor de lo que muchos consideran un ataque directo contra la Virgen María y, por extensión, contra la Iglesia Católica misma.

El Cardenal Castillo, con su alineación a la ideología marxista  y su postura progresista, parece haber olvidado cuál es la esencia de su vocación sacerdotal. Su misión, como líder espiritual y guía de los fieles, debería ser la salvación de almas y la defensa de la doctrina cristiana, no la promoción de obras que ridiculizan a la Virgen María, desatan el odio a la iglesia y ofenden a los creyentes. Al declarar que «nadie ha querido destruir la imagen de la virgen» con esta obra, el Cardenal demuestra una desconexión alarmante con la realidad y con el sentir de su grey, que ve en esta pieza no solo una burla, sino un acto de desprecio a lo sagrado.

El progresismo, que el Cardenal ha abrazado con tanto fervor, parece haber nublado su juicio, llevándolo a confundir la libertad de expresión con la licencia para ofender y profanar. Su defensa de «María Maricón» no es solo un error de juicio, sino una traición a los principios que debería defender. La Iglesia Católica, a lo largo de los siglos, ha sido un bastión de valores, fe y respeto hacia lo divino; sin embargo, en manos de figuras como el Cardenal Castillo, esa herencia milenaria se ve amenazada por agendas ideológicas que buscan más bien desestabilizar y socavar los cimientos de la misma fe que supuestamente prometió proteger.

Castillo Matasoglio, en su papel de Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), debería haber ejercido un liderazgo más firme y protector, garantizando que dentro de las instituciones bajo su tutela se promueva el respeto por todas las creencias, especialmente las que sostienen la estructura moral y espiritual de la sociedad peruana. En lugar de eso, ha permitido y justificado un espectáculo que, lejos de fomentar el diálogo y la reflexión que tanto gusta pregonar a los progres de la boca para afuera, ha profundizado la ofensa y el odio a la fe y ha provocado una indignación justificada entre los católicos.

 

Es evidente que el Cardenal Castillo, como buen «progre», ha desviado su mirada de su misión celestial hacia terrenales y pasajeras corrientes ideológicas. Su defensa de esta obra blasfema no solo lo descalifica como pastor de almas, sino que también lo sitúa en una posición de oposición directa a los valores que debería estar defendiendo. En un momento donde la Iglesia necesita más que nunca líderes que se mantengan firmes en la defensa de la fe y de los fieles, el Cardenal Castillo ha optado por alinearse con aquellos que buscan minar esos mismos valores.

La comunidad católica peruana merece un líder que no solo comprenda, sino que también viva y defienda la sacralidad de su fe. El Cardenal Castillo, con su errada defensa de «María Maricón», ha demostrado que está más comprometido con una agenda ideológica que con la misión de salvar almas y defender a la Iglesia.

La palabra «maricón» en el contexto coloquial ha trascendido su uso como sinónimo de homosexual para convertirse en un término peyorativo que se emplea para denotar cobardía o falta de valor en una persona. Este uso se manifiesta en frases donde se califica a alguien como «maricón» por no atreverse a hacer algo, por mostrar miedo en situaciones que requieren valentía, es en ese sentido y sin ánimo de ofender sino de calificar coloquialmente que podemos afirmar que el cardenal Castillo está actuando como un maricón.


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