Las carreteras del norte del Perú se han convertido en un escenario de protesta. Agricultores de mango y limón han tenido que recurrir al acto desesperado de arrojar toneladas de su propia producción a la vía pública, una imagen que duele no solo por el desperdicio de alimento, sino por lo que simboliza: el abandono de un sector que es, en esencia, el corazón productivo del país. Hoy, quiero hablarles de algo que me toca de cerca. Crecí valorando el esfuerzo de los agricultores, porque sé que detrás de cada plato que disfrutamos hay una historia de trabajo, de madrugadas en el campo, de manos curtidas por el sol. Papa Manuel cultivaba y trabajaba en el campo y de niña me platicaba de las jornadas para traer comida fresca a casa.
Cada vez que me sirvo un plato de papa a la huancaína, pienso en quién sembró esa papa. Cuando disfruto de una limonada, no puedo evitar preguntarme quién cosechó ese limón que da el toque de acidez perfecta. Y ahora que veo cómo toneladas de mango se pierden en la carretera, me pregunto: ¿cómo es posible que quienes nos alimentan sean los más olvidados?
El mango, que ha sido durante años una fruta resiliente, capaz de sobrevivir a la sequía que azota la costa norte, se ha convertido en una víctima de la falta de planificación y de un mercado que parece diseñado para beneficiar a los intermediarios en lugar de a quienes lo producen.
La sobreoferta, la especulación y la ausencia de políticas de protección a los agricultores han llevado a que el kilo de mango en parcela se pague a 50 céntimos, cuando en años anteriores valía cuatro veces más. Mientras tanto, en los supermercados y mercados mayoristas, el precio no ha disminuido en la misma proporción. Entonces, ¿quién está ganando en esta crisis? En medio de este desastre, el jefe de la cartera del MIDAGRI, sugirió algo que los productores han calificado como una propuesta sin pies ni cabeza: dejar de sembrar mango por los próximos tres años.
La respuesta de los agricultores ha sido inmediata: ¿Cómo es posible que, en lugar de ofrecer soluciones estructurales, se les pida simplemente dejar de producir? Esta no es solo una crisis de sobreoferta, es una crisis de mercado, de infraestructura, de intermediación abusiva y de falta de apoyo técnico para la diversificación de cultivos. Lectores es claro; el problema no es la producción del mango, sino la manera en que se gestiona su comercialización. No hay políticas que impidan que los intermediarios se aprovechen de la desesperación de los agricultores. No hay incentivos para la industrialización del mango ni estrategias claras de exportación que permitan evitar este tipo de colapsos cíclicos.
Es fácil pedir que dejen de sembrar, pero nadie se pregunta qué pasará con las familias que dependen de este cultivo. Los agricultores han señalado que el mango es, precisamente, la mejor opción en tiempos de sequía, pues otras frutas no resisten las condiciones climáticas extremas. Entonces, si el mango es la mejor alternativa y el mercado colapsa, ¿no debería el Estado intervenir con mecanismos de protección? Aquí es donde se revela la ausencia de un modelo agrícola sostenible.
La solución no vendrá solo de las políticas públicas, sino también de nuestras propias decisiones diarias. Cada vez que compremos una fruta de temporada, cada vez que escojamos productos locales en lugar de importados, estaremos apoyando directamente a quienes trabajan la tierra.
No podemos seguir desconectados de la realidad del campo. La próxima vez que disfrutes una fruta dulce y jugosa, pregúntate: ¿quién la cultivó? ¿Cuánto le pagaron? ¿Recibió un precio justo por su trabajo? Si queremos un sector agrícola fuerte, necesitamos reconocer que los agricultores no son solo productores, sino el pilar sobre el cual descansa la seguridad alimentaria y la economía de miles de familias.
El mango de hoy no es solo una fruta que se desperdicia en la carretera; es un símbolo de una política que, en lugar de proteger al agricultor, lo deja a la deriva, gracias por leerme.
(*) Abogada Constitucionalista