Por: Una novela de nunca acabar
No tiene cuándo acabar. El enfrentamiento entre el presidente Vizcarra y el Congreso de República es una novela sin fin, cuyos capítulos los va escribiendo el Ejecutivo según su conveniencia. Ayer, en Iquitos, el presidente de la República volvió a la carga contra el Parlamento, señalando que la reforma política y judicial que impulsa su Gobierno “se demora y se demora en el Congreso”, señalando que el Perú quiere “tener autoridades que realmente nos representen”.
No sabemos si respondiendo a una conveniente portátil que gritaba “cierren el Congreso”, lo cierto es que Vizcarra arremetió diciendo que «juntos vamos a trabajar para dar la base porque necesitamos hacer una transición democrática a una nueva etapa de nuestra sociedad y nuestra democracia. Juntos, vamos a lograr el progreso y desarrollo, juntos vamos a lograr la transición a un nuevo período para tener los peruanos las autoridades que nos merecemos».
Esa voluntad de harakiri político (que sólo él abraza con entusiasmo), lo consume a Vizcarra, lo deja sin sueño. Su discurso siempre gira en torno a una misma idea: echarle la culpa de todas las desgracias al Congreso y pedir a gritos que se convoquen ya a nuevas elecciones. Pareciera que el poder lo perturba, le quema la piel. Es como si ser presidente lo agobiara y lo dejara sin aliento. ¿Por qué no renuncia entonces, señor Vizcarra y nos evita no sólo meses de incertidumbre política y económica?
¿No se da cuenta que la economía del país se va por un tubo mientras usted se empecina en enfrentarse en una inexplicable guerra contra otro poder del Estado? ¿No percibe que día a día la gente muere en las calles producto de un asalto a mano armada, con bandas delincuenciales que han tomado las calles del país sin que exista una política clara de seguridad ciudadana?
Si está dispuesto a irse cuanto antes, tome el toro por las astas y no espere que el Congreso pida su vacancia. Trabaje estos últimos meses como nunca antes trabajó en su vida, conciliando, buscando unir en vez de separar, solucionando los álgidos problemas del día a día de los peruanos, no dorando la píldora con el cuento de las reforma políticas que el país, de seguro, sí necesita, pero no en este momento en que la izquierda que usted apañó ha tomado el sur a la fuerza, la economía se derrumba ante nuestros ojos y la delincuencia ha sentado sus reales frente a la impotencia. Hágalo de una vez. Porque lo que digo y escribo siempre lo fimo.