Por: Juan Sotomayor / Inmediatamente después de culminadas las fiestas de fin de año, la campaña para las elecciones del 26 de enero se intensificará para captar recién la atención de la ciudadanía. Como es previsible, nos veremos inundados de publicidad en las calles y sobre todo en las redes sociales, donde se libra una intensa batalla por dar a conocer la imagen y las propuestas de los candidatos, buscando convencer al electorado para obtener los votos que los lleven a una curul en el próximo Congreso.
Parte de esa intensa batalla publicitaria también tiene su lado oscuro. Son muchos los candidatos que de manera encubierta apelan a la guerra sucia para atacar a sus rivales, especialmente a aquellos que gozan de las preferencias y mayores posibilidades de alzarse con el triunfo. El insulto y las acusaciones sin sustento son la principal herramienta para esta nueva forma de hacer guerra sucia en una campaña electoral.
Escudados en seudónimos o identidades falsas, los trolls se encargan de lanzar agravios a toda hora. No importa si lo que se dice del rival es cierto o no. Lo importante es desacreditarlo a cualquier precio y generar la duda en el elector. Si se daña la honra de las personas, no interesa. Nos enfrentamos a una práctica que actualiza aquellas viejas frases tan comunes en política: “miente, miente que algo queda” y “el fin justifica los medios”.
Dicen que en política todo vale. No es cierto. Si queremos que el país progrese, debemos cambiar muchas actitudes negativas, entre ellas la mentira y la cobardía. Si hay cosas por denunciar y se tiene las pruebas necesarias, que la denuncia se haga de frente, con nombre y apellido y ante los organismos competentes; no escudándose en el anonimato de un monitor y un teclado.
La mentira tiene dos protagonistas: quien la emite y quien le presta oídos sin analizar su contenido. Por ello, también es importante que, para erradicar esta práctica deleznable, tengamos la capacidad de reconocer cuándo estamos frente a una denuncia con pruebas, distinguiéndola de una calumnia creada únicamente para destruir a un rival político. Eso forma parte del proceso que debemos seguir para hacer de la política una actividad noble, dedicada realmente al servicio de la ciudadanía. Mientras ello no ocurra, poco o nada habremos avanzado.