Por: Martín Valdivia
Hoy es Viernes Santo y, la verdad, muy poco queda ya de esos Viernes Santos que recuerdo de chico. Y es que Semana Santa siempre fue una época de tranquilidad, reflexión y unión familiar en torno a la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Eran tiempos en que los templos de la ciudad se llenaban por completo, con misas interminables y procesiones en silencio.
Días en que el ruido político bajaba en intensidad para dejar que las oraciones y los canticos de las parroquias ocuparan el espacio que merecían. Eran Viernes Santos donde las señoras de antaño se vestían de negro riguroso para dar a conocer su dolor por el cordero del Gólgota. Las radioemisoras o apagaban sus transmisores o, si salían al aire, lo hacían sólo para pasar música sacra o desempolvar viejas radionovelas donde los Judas traicionaban y los Cristos resucitaban al tercer día.
Épocas en que escuchar salsa o cualquier música popular era casi un sacrilegio, un estigma si cualquier vecino osaba poner el tocadiscos en alto volumen si no eran cánticos religiosos. Recuerdo con cierta nostalgia que me pasaba horas enteras mirando por cuadragésima vez “Los Diez Mandamientos” o “Ben Hur”. Eran tiempos en que el cable no existía y los cuatro o cinco canales de televisión que había sólo pasaban películas épicas que esperaba con singular impaciencia.
Las mamás se esmeraban en preparar el mejor bacalao o el pescado más apetitoso para el almuerzo familiar. Nada de carne, nada de pollo. La tradición demandaba que el pescado debía ser el dueño y señor del paladar y de las oraciones. Eran tiempos en que el mundo era más pequeño, más cálido, no sé si más humano.
Y sí, hoy es Viernes Santo, pero no me parece tal. Los campamentos, la desesperación por divertirse a como dé lugar, las fiestas en pleno Jueves Santo, las radios con sus mismas estridencias, el cable que nos invitaba a ver cualquier cosa, el Internet que nos transportaba a otros mundos, los templos cuasi vacíos, los restaurantes de comida rápida llenos, el poco apego de las familias a conservar el silencio y la reflexión, me hicieron pensar que ya estamos en otro mundo, otras épocas, distintas visiones de la vida.
Hoy es Viernes Santo y, de no ser por el feriado, hubiera pensado que era cualquier día (a no ser también por la tragedia de Alan García). En fin, el mundo seguirá evolucionando, pero mis recuerdos siempre me remontarán a esos Viernes Santos de incienso y oración, de intimidad y silencio, de tristeza pero de fe en un domingo glorioso donde el Cordero resucita para darnos vida. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.
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