Los gatos dominan dos islas en Japón y amenazan la vida silvestre en Australia.
La historia cuenta que en el antiguo Egipto, los gatos eran considerados sagrados. Estaba prohibido maltratarlos y, por ley, se les momificaba al morir. Hoy en día, siguen siendo casi una deidad en las redes sociales, y se dice que en cualquier rincón del mundo se puede encontrar uno. Sin embargo, en una isla de Japón, son la mayoría y los pobladores están sometidos a sus ronroneos y mimos.
En la isla de Aoshima, los residentes, que eran 900 en 1945, comenzaron a traer gatos para controlar la plaga de ratones que llegaban en los barcos pesqueros durante el auge de las sardinas. No imaginaron que los felinos terminarían tomando el lugar, y los humanos acabarían por abandonar la isla. Los gatos cumplieron su misión, pero comenzaron a reproducirse rápidamente. Con el tiempo, los pobladores empezaron a irse debido a la crisis de la industria sardinera. Para 2023, solo quedaban 6 personas frente a unos 200 gatos.
La ecuación en Aoshima es clara: aproximadamente una persona por cada 30 gatos. Esta situación convirtió a Aoshima en la conocida «Island Cat» (isla de gatos), un gran atractivo para turistas y amantes de los mininos. Estos visitantes llegan al lugar para alimentarlos, pero pronto se dieron cuenta de que esta ayuda era insuficiente para la salud de los animalitos. En 2018, la prefectura intervino y comenzó un proceso de esterilización para contener el crecimiento de la población felina.
Aunque las fotos y las historias que circulan en redes sociales presentan la isla de gatos como un destino turístico encantador, algunos visitantes han señalado que la realidad es diferente. En una nota publicada en Publico, varios turistas mencionaron que la isla no está preparada para recibir visitantes, y que muchos gatos no están en buen estado de salud en términos de peso y enfermedades. Por este motivo, las autoridades buscan evitar que la población siga creciendo, ya que la comida que reciben de los turistas y los pocos pobladores es insuficiente.
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No obstante, Aoshima no es el único territorio dominado por gatos en Japón. La isla de Tashirojima tiene una historia similar: de 1,000 habitantes en 1950, ahora solo residen unos 80, quienes comparten el espacio con cerca de 150 gatos. Los felinos llegaron por una necesidad humana: evitar que las ratas destruyeran la producción de gusanos de seda. Cumplieron su trabajo y, como es habitual, comenzaron a reproducirse. A diferencia de Aoshima, en esta isla varios veterinarios visitan periódicamente para atender a los gatos.
En el puerto de Nitoda, los gatos reinan sin problemas. Caminan por las calles con total libertad, se pavonean y, si están de buen humor, posan para las cámaras de los emocionados turistas. Estas islas no solo son un paraíso para los amantes de los gatos, sino también un recordatorio de cómo estos felinos pueden adaptarse y prosperar en entornos diversos, a veces con consecuencias inesperadas para los ecosistemas locales y las comunidades humanas.