Por: Juan Sotomayor
Complicada situación política se vive hoy en Latinoamérica. Chile y Bolivia se han sumado a la lista de países con escenarios de protestas y conflictos que no sabemos aún cómo terminarán.
El caso de Chile es el más sorprendente, pues siempre se le consideró como el modelo a seguir en América del Sur. Una pequeña alza en el costo del transporte público fue el detonante de tremenda explosión de descontento social, el cual evidentemente se ha ido forjando de manera silenciosa. La gran enseñanza que nos deja Chile es que el crecimiento económico debe reflejarse no sólo en las estadísticas, sino sobre todo en los bolsillos y en la vida cotidiana de las personas. La bonanza económica por sí sola no es garantía de paz social. Son importantes las cifras, pero mucho más importante es el bienestar de las personas.
En el caso de Bolivia, la situación es distinta. Las protestas se derivan del exacerbado apetito de Evo Morales por mantenerse en el poder. Los bolivianos exigen respeto a la voluntad popular y a partir de ahí empiezan a surgir otros reclamos. Antes que la situación pase a mayores y ante las conclusiones de la auditoría realizada por la Organización de Estados Americanos, que revelan la existencia de serias irregularidades en el proceso electoral, Evo Morales ha decidido convocar nuevamente a elecciones. Ahora la exigencia es que él decline de participar en el nuevo proceso.
¿Algo similar podría pasar en el Perú? No lo sabemos, pero queda claro que la situación de nuestros países hermanos debería servirnos para aprender de la experiencia ajena y curarnos en salud. Desigualdad existe, no hay necesidad de ser un especialista para notarlo. Conflictos sociales también, por situaciones que felizmente no han encontrado un detonante que las unifique.
En vez de pensar “eso no nos va a ocurrir”, deberíamos estar respondiéndonos “¿Qué hacemos para que no pase algo así en nuestro país?” Para empezar, la reducción de brechas en la provisión de servicios básicos y en la calidad de vida de los ciudadanos debería ser prioridad para todos los actores políticos. El diálogo alturado para atender los problemas que nos interesan a todos y el fortalecimiento de la institucionalidad democrática, también son tareas muy urgentes por ejecutar. Avisados estamos.