Dante Seminario Vera
Llegamos en un momento que dejaba la resaca de la lluvia del día anterior, las trochas totalmente barrosas, llenas del agua y el musgo, típico de las zonas selváticas, donde uno suele encontrar cientos de zancudos que transitan a tu lado buscando el momento de ocasionarte una picadura en la parte más descuidada de tu cuerpo.
Pero al ver las plantaciones, podíamos encontrar los ricos y jugosos cocos que crecen por cientos y que son el alimento diario de los pobladores de allá, es bello no ver trafico de autos, simplemente motos, muchos mototaxis, y uno que otro vehículo, el aire fresco y puro y su cielo despejado con la calentura típica del sol pucalpino
La comida espectacular, cecinas, el famoso paiche o la gallina de corral, manjares sublimes difíciles de encontrar en esta parte de la ciudad, pero seguimos caminando y uno no puede dejar de asombrarse de la riqueza de esta parte de la selva, donde hay luz, pero falta el tema del saneamiento, donde no todas las pistas están asfaltadas, pero se siente un pueblo pujante y luchador, que no deja de sonreír con lo que tiene, ni se amilana al crecimiento
Al llegar al malecón vemos como la selva funciona entre sus ríos, su comercio es gigante, se oye el llamado de los jaladores a las balsas y lanchas conocidos como “rápidos”, la gente va de un lado hacia otro, se traslada con la esperanza de seguir conociendo, otros trabajan, otros visitan, otros como yo; piensa en regresar pronto, total una perla no siempre suele verse.