El escándalo de las vacunas está discurriendo por rumbos insospechados, con una intensidad y magnitud que desafía la imaginación más febril. Cada nuevo hecho irregular –suma de inmundicias y negociados que traicionan el sentido de deber– ha dejado de sorprendernos. La alevosía criminal adquiere tal contumacia que se traduce en un cinismo exacerbado. Dejemos al tiempo disipar los misterios para que los responsables reciban castigo ejemplar.
Sin embargo, más inquietante, que estos luctuosos acontecimientos, ha sido la insólita reacción del Gobierno, la gran prensa en mayoría y todo un sector de la opinión pública. La exhibición de un documento oficial, no apócrifo, que ratifica problemas en la vacuna china –esa que promovía Vizcarra y su círculo de cacos– ha sido respondida con un negacionismo frenético. No es la actitud de autoridades que repiten, hasta el cansancio, ser ajenos a los funcionarios anteriores. Pero su defensa cerril de ese pasivo, cada vez más deletéreo, en lugar de un zanjar presto y claro, siempre será fuente pletórica de dudas y suspicacias legítimas. ¡Allá ellos y su conciencia, si prefieren la complicidad a la trasparencia!.
Más grave ha sido poner en tela de juicio los derechos de prensa. El conculcar dicha vieja y señera libertad, que fustigó al absolutismo, alentando las revoluciones liberales y democráticas que alumbraron al mundo moderno. Esta gloriosa tradición republicana es el blanco del fascismo que anida en cabeza de los gobernantes. No otra cosa son sus epítetos viperinos: “terrorismo mediático”, “intranquilidad pública”, “afectar la salud poblacional”, etc. Evidencian su desesperación ante la realidad que destruye sus argumentos. Y, en vez de ensayar respuestas razonables, optan por la violencia que sataniza y/o las amenazas judiciales contra los periodistas y los medios, que ejercen libremente su deber de informar (con la ayudita de la Fiscal de la Nación, quizá.)
Esta intolerancia pulsada desde arriba, con la venia monocorde de una prensa renegada, más el rebuzno altisonante de manadas en estampida, es lo opuesto al clima republicano donde rebullen y compiten las ideas por doquier. No otro es el progreso en libertad, que el totalitarismo cercena, ya sea brutal o apaciblemente. Terrorismo mediático será desinformar desde las alturas; en ningún caso la voz minoritaria erguida contra el coro de “verdades” oficiales. La tranquilidad pública no se alcanza acallando diferencias. Y la salud jamás mejorará ocultado asuntos que debieran ser del conocimiento de todos.
Probablemente los plumíferos hubiesen escondido el Informe de marras. Con seguridad pedirían permiso para publicarlo. Pero el periodismo digno no adula al poder. Le pide cuentas y enrostra sus errores. Su compromiso es con la altivez de un pueblo, que merece la verdad por dolorosa que sea. Cuando un problema se explicita sin temor, recién se apertura la solución. ¡Es el procedimiento democrático!.
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