De la Kulturkampf a la Lawfare

por | Ene 11, 2019 | Opinión

Sergio Tapia T.

En la amplitud de contextos en los que se dan las relaciones humanas, existen algunas que motivan a determinados individuos a satisfacer apetencias de poder, debido a desórdenes morales y por causa de las distorsiones ideológicas. Son las conductas que destruyen el orden social, el respeto de la persona, así como la concordia y la paz.

Tras la Revolución Ideológica Liberal, llamada Francesa, se instaura el Gobierno del Terror, con la persecución de las creencias religiosas para la imposición de un remedo de religión indeterminada, antidivina, no trascedente y manipulada por los que controlaban el Estado. La pretensión era controlar la conciencia individual. Se intentó establecer una era post cristiana. Fue un régimen perverso, de expresiones terribles, duró poco más de un año, pero causó daño no sólo en la nación francesa, debido a la expansión del influjo revolucionario, daño muy profundo y tremendamente duradero.

En un subsiguiente siglo, y en otra geografía, los políticos alemanes construyeron el Segundo Reich conducidos por Bismarck, quien impuso la persecución a las ideas religiosas de un sector numeroso del pueblo alemán. La “Kulturkampf”, la guerra cultural, fue anticatólica, anti-polaca y anti-imperio austrohúngaro, y concluye en pro de la social-democracia. Su espectro se proyectará en la construcción del Tercer Reich de Adolfo Hitler, de similares características, además de las propias de la ideología socialista del Nazismo alemán, que curiosamente dialectizó con la social-democracia constructora de la República de Weimar. La palabra “Kulturkampk” es un germanismo adoptado en el análisis de los procesos políticos culturales.

Entrado el siglo XX, surgen las versiones operativas para la toma del poder del comunismo marxista: el marxismo-leninismo, el marxismo-trotskista, el marxismo-maoísta. Se trata de la conquista del Estado mediante todas las formas de lucha, esta será la única norma moral admitida. El todo vale contra el enemigo de clase o contra el opositor doctrinal, se impondrá mediante las guerras civiles, guerras internacionales, revoluciones y luchas violentas; suscitando enfrentamiento con obreros, con estudiantes o con pobladores de zonas económicas deprimidas. No ha habido siglo más empapado de sangre, que el siglo XX revolucionado por el comunismo intrínsecamente malvado, aderezado con el cinismo de otra ideología que no se queda atrás en inhumanidad, como lo es el Liberalismo.

A finales del siglo XX se ponen de moda las directivas revolucionarias de Antonio Gramsci, un marxista leninista italiano de los años 20s. Que aporta modificaciones estratégicas a la revolución comunista, que son redescubiertas cuando todos los regímenes comunistas se desploman fracasados en el decenio de los noventa. El gramscismo es la guerra cultural como sustitución de la vías violentas que gustaban practicar todos los comunistas.

La guerra jurídica, para cuya sinonimia se recurre al anglicismo “lawfare” que es una contracción gramatical de las palabras «law” (ley) y «warfare” (guerra). No tiene en consideración la guerra clásica, entre ejércitos nacionales y de acuerdo a las reglas internacionales sobre conflictos regulares. No. Más bien se relaciona al concepto de guerra marxista, irregular, con elementos de ilegalidad y anti-humanidad, al igual que el terrorismo.

La «guerra jurídica» es la que aplican los denominados ONGs, que son clubes del pensamiento ideológico marxista que utilizan, para la tarea política, con el mayor cinismo e inmoralidad, la manipulación de las investigaciones fiscales, los procesos judiciales y todas las formalidades de la administración de la justicia, para producir sentencias canallescas, violatorias de todo derecho humano y tergiversadoras de las más elementales reglas del Derecho y la Justicia. Aplicadas con eficaces sicosociales y desde el empoderamiento que les otorga algunos pliegues del Estado contaminados ideológicamente, y sobre todo un sector de los medios de comunicación, los que sorprendentemente suelen alistarse al servicio del poder de turno.

¿Qué podemos hacer frente a esta ola secular de revoluciones que se incrementan en vigor y daño al paso del tiempo? Lo primero es conocer que este estado revolucionario existe. Porque, la primera de las soluciones, es comprender el mal, así como quien es el enemigo.

 


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