Por Francisco Diez-Canseco Távara (*)
La izquierda marxista, que es por antonomasia antidemocrática, utiliza todas las ventajas que le da el sistema para tratar de destruirlo y crear así lo que sus integrantes denominan una “democracia real”.
Es Importante recalcar que la que hoy se denomina izquierda en el Perú no es otra cosa que un conglomerado de grupúsculos marxistas que se ha desplazado hacia el centro cubriéndose con ropaje democrático para disimular sus reales intenciones totalitarias.
El origen de esos partidos no es social demócrata sino, hay que recalcarlo, comunista. Vale decir, provienen de la cantera marxista original que sostenía que, como afirma Marx, la “violencia es la partera de la historia” y que sigue creyendo empeñosamente en la “lucha de clases” y la necesidad de instaurar la “dictadura del proletariado”, aunque pretendan negarlo.
La social democracia europea, por el contrario, hace muchas décadas que señaló que socialismo es sinónimo de democracia, respetando el sistema de libre mercado en el contexto de un Estado que debe cumplir un importante papel social y regulatorio.
Por eso es que nuestros marxistas apoyan a los terroristas marxistas-leninistas-maoístas de Sendero Luminoso y no han renegado jamás de la dictadura castrista de Cuba, pese a, entre otras barbaridades, la evidencia de “la reserva del Comandante” que convirtió a Fidel Castro en uno de los dictadores más ricos del mundo con una fortuna estimada en $ 900 millones.
Parte de esa izquierda marxista criolla es la que ahora, dividida y carente de firmas para inscribirse como partido político, se ha agrupado al partido fonavista para poderse validar y participar en las próximas elecciones regionales y municipales.
Antes, el grupo de Nuevo Perú realizó dos maniobras: se retiró del hemiciclo del Congreso convalidando la permanencia de Kucsynski en el Poder para evitar el riesgo de una elección anticipada y presentó un proyecto para eliminar el requisito de firmas en la inscripción de un partido político.
Pura vocación electorera que refleja, más allá de sus poses revolucionarias, que sus integrantes se mueven al son de la misma pandereta que los otros políticos que integran el olimpo de la corrupción en el Perú.