Por Martín Belaunde Moreyra
Después de dos reveses electorales de carácter local, Angela Merkel llegó a la conclusión que no cuenta con el apoyo suficiente de su partido y de la opinión pública para seguir gobernando Alemania. Según algunas encuestas, uno de cada dos de sus compatriotas desea que Merkel se vaya. Por ello anunció con dos años de anticipación su retiro de la política. Con lo cual inevitablemente debilita a la coalición que sigue encabezando con los socialistas, quienes dudan si continuarán o abandonarán el barco antes del 2021. Eso debilita la estabilidad política alemana pero también la del resto de Europa.
Si examinamos su anuncio del alejamiento debemos preguntarnos cuáles son las causas reales que lo han forzado. ¿Podríamos interrogarnos si trece años consecutivos en el poder ya son suficientes? Evidentemente es un período muy largo, en el cual se van acumulando tensiones, sea con sus aliados más próximos o con sus opositores más recalcitrantes. Merkel dirige una colación con los social demócratas en la que ellos quizás perdieron algo de su pasada identidad política. Sin embargo es innegable, como lo afirman algunos comentaristas, que en el proceso Angela Merkel también terminó asumiendo algunos de los rasgos políticos de sus socios de la coalición gobernante. Sin duda en períodos extensos de gobierno quienes lo ejercen acaban adquiriendo características de sus colegas en el poder.
El período entre el 2005 y el 2018 ha sido extraordinariamente bueno para Alemania y en cierto sentido también para sus socios de la Unión Europea. Se logró controlar el fantasma de la crisis económica, claro que con algunos costos importantes tales como el Brexit, que aún no llega a cristalizarse, pero que deberá tener un desenlace, con el retiro definitivo de los británicos o con su vuelta al redil, en el improbable caso de que hubiera otro referéndum. Al margen de esta hipotética apreciación, la inmensa mayoría de los analistas políticos creen que el punto de quiebre para Merkel, por cierto desfavorable, fue la aceptación de los refugiados árabes ocasionados por la guerra civil en Siria.
Se trató de un gesto del más alto valor ético en el cual Alemania dio una lección de humanidad a Europa y al mundo, incluidos los propios estados árabes que se pusieron de perfil ante el éxodo de más de un millón de refugiados. Turquía y Grecia sirvieron de trampolines, Macedonia y Serbia de corredores, Hungría de purgatorio deliberado y Austria de nuevo conducto para llegar a la tierra prometida. Y tuvimos a la canciller Merkel que recibió con los brazos abiertos a las víctimas de ese éxodo proveniente de un conflicto interno, en el cual Rusia y Estados Unidos participaron en bandos opuestos. La tragedia de Siria es que no ha tenido una culminación política en el sentido de la caída del Bashar al Assad, pero si en la destrucción de ciudades como Aleppo y muchas más, que de una u otra forma habían sobrevivido las peores crisis. ¿Hasta cuándo los pueblos y los gobiernos pueden dar una lección de bondad al mundo frente al terrorismo y los crímenes de lesa humanidad? Posiblemente muchos alemanes se han planteado esa misma pregunta y la víctima fue Merkel si bien con efectos retardados hasta el 2021.