El escritor Jaime Prada revela por primera vez la historia de la voladura por terroristas de una mini central que daba luz a seis pueblos andinos
Por: Víctor Alvarado / Un conmovedor testimonio sobre la tragedia que significó la irrupción del grupo terrorista Sendero Luminoso” en el mundo andino, es la obra narrativa: “Construcción y destrucción de un sueño” de Jaime Raúl Prada Sánchez, porque como pocas, en el marco de un hermoso fresco sobre la historia y costumbres del mundo quechua, revela una faceta medular de este grupo político extremista, sintetizada en la expresión “destruir para construir”.
Si en algún lugar este apotegma senderista fue impuesto de la manera más brutal fue en el distrito de Poqowanka, lugar de nacimiento del autor, localizado a 3,180 msnm, en la provincia de Aymaraes (Apurimac), donde el 18 de julio de 1988 una columna senderista irrumpió a punta de fusil y bombas y destruyó una pequeña central hidroeléctrica que beneficiaba a seis pueblos, entre ellos a Poqowanka.
Los habitantes, hablantes del quechua y castellano estaban lejos de imaginarse que una columna de unos 60 jóvenes “entre famélicos y desgreñados, entre los que sobresalían ocho mujeres, de entre 15 y 30 años”, iban a consumar la destrucción de una obra que había sido construida enteramente por ellos, en el largo lapso de 23 años, sin ningún apoyo del Estado e inaugurada unos pocos meses antes.
Jaime Prada Sánchez, autor de la obra narrativa “Construcción y destrucción de un sueño”.
INICIO DE LA TRAGEDIA
Hasta antes de verlos aparecer por primera vez “por las apachetas de Huayraqwañi dando vivas al presidente Gonzalo” solo conocían de ellos por las informaciones radiales, y no se imaginaban que quienes decían apoyar al pueblo y luchaban por el pueblo, serían capaces de demoler a bombazos el más grande sueño de tener su propia luz eléctrica, Mao Tse Tung”.
Siguiendo sus milenarias tradiciones de trabajo comunitario legado por sus antepasados incas, como el ayni, los habitantes de Poqowanka liderados por el sargento retirado GC, Benito Bobadilla, conocido como “Papá Benito”, habían conseguido antes dotarse de abastecimiento de agua, mediante el tendido de un canal de 15 kms. de extensión, que traía el líquido elemento de una laguna ubicada a 4,800 msnm.
Acicateados por este éxito, “Papa Benito” lideró la segunda empresa de concebir una mini central hidroeléctrica frente a una caída de agua, localizada en Mishcapata, a 4,850 msnm, para lo cual comprometieron el apoyo del senador apurimeño Martínez Pinzón, quién convenció al primer gobierno de Belaunde para que adquiera las maquinarias de la central.
UN MÁRTIR
Lo que sucedió en seguida fue una descomunal proeza comparable a las faenas del Tahuantinsuyo, en que miles de “runasimi” trasladaron piedras gigantes para construir ciudadelas y templos como Sacsayhuaman, Machu Picchu y Choquequirao. En este caso, brigadas de 300 comuneros de Pokowanka y sus cinco anexos trabajaron por turnos para transportar a pulso las cajas con las máquinas.
El sueño una planta de luz eléctrica tuvo su primer mártir, una de las cajas aplastó al comunero Gregorio Sosa, lo que lejos de desanimarlos los empujo a redoblar el entusiasmo, hasta que por fin luego de tres meses y una semana, luego de cruzar el río Antabamba, colocaron las cajas en Mishcapata, cerca de la caída de agua.
Solo faltaban los tubos de presión que empalmarían la caída del agua con la casa de fuerza. Eran los primeros años del primer gobierno aprista y el presidente del directorio de la Empresa Electro Sur Este, Orestes Villasilen, conmovido por la tenacidad y perseverancia de los poqowankinos decidió importarlos de Alemania e instalar los tubos de presión.
Pobladores trabajaron de manera comunitaria para edificar la casa de fuerza.
VUELAN LA PLANTA
Los senderistas, liderados por el llamado “camarada Orozco”, una vez que ingresaron a Poqowanka improvisaron un mitin de adoctrinamiento político y mientras este se realizaba de la columna terrorista partieron discretamente tres grupos por separado, en busca del gobernador, Octavio Téllez y del alcalde Pablo Manrique, hasta sus viviendas para ejecutarlos y con dirección a la central.
Mientras en la plaza de armas, Orozco lanzaba denuestos contra la burguesía burocrática y los terratenientes y sustentaba que construirán una nueva vida, “para lo cual debemos destruir todo lo que ha construido el Estado burocrático”. En esta parte, lanzó la consigna que sería el motivo de su incursión, al decir: “la luz eléctrica los volverá más pobres”.
En plena perorata de Orozco se escuchó una potente explosión, parecida al desplome de un cerro o al de un terremoto. El hecho coincidió con la partida del grupo terrorista. Seguidamente se escuchó un alarido. Recién los pobladores sacaron la cuenta de que ambas sonidos provenían de la casa de fuerza y partieron en masa, dándose con la sorpresa de que la planta había sido volada a dinamitazos y con ella 23 años de titánico esfuerzo comunitario.
PUKU PUKU
Este crimen no sería el único, los pobladores descubrieron en el fondo de la quebrada de Spaywayq’o el cuerpo de gobernador Téllez con la cabeza reventada por un pedrón. El alcalde Manrique se salvó de correr la misma suerte y consiguió fugar al Cusco y luego a Lima, al igual que miles de pobladores andinos, donde iniciaron una nueva vida.
Durante el sepelio de los restos de Téllez a lo lejos se escuchó la melodía triste y lastimera del Puku-puku, una legendaria ave andina del Inkario evocada por Prada para significar la tragedia de esta ave de cantar dulce que fue condenada por la divinidad a hacerlo en forma penosa. Estas y otras evocaciones legendarias abundan a lo largo de las páginas del libro que recomendamos leer, en particular por los escolares del país
