Por Francisco Diez-Canseco Távara
Los ubicaciones geográficas de sus visitas y los mensajes del Papa Francisco estuvieron enfocados a temas centrales de nuestra vida nacional como la interculturalidad, en un país que tiene 44 culturas y 46 lenguas; la solidaridad, indispensable para enfrentar fenómenos como el de El Niño y derrotar la pobreza; y la lucha contra la corrupción que, en nuestro caso, envuelve directamente nada menos que al Jefe del Estado quien, por cierto, se empeñó en exhibirse al lado del Sumo Pontífice.
La pregunta es lo de Kucsynski ¿fue un acto de fe o de cálculo y supervivencia política? La respuesta es evidente.
Porque no olvidemos que el Papa, en uno de sus Documentos Pontificios afirma: “No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa”.
Como condice esta afirmación y su propia actitud de inmediata solidaridad con la policía que se cayó con el caballo, frente a la reacción de Kucsynski con la niñita que se acercó a pedirle agua en Caravelí: ni siquiera se dignó agacharse para darle un saludo solidario, sí solidario, y cariñoso.
El Papa Francisco es de los nuestros: un sacerdote de carne y hueso que, como Obispo, recorría Buenos Aires en ómnibus y que tiene predilección por el tango y el fútbol pero que, por sobre todas las cosas, ama al prójimo como a sí mismo y entiende a fondo y con insondable caridad la condición humana.
Conocedor de nuestra realidad, la estrategia de su visita -obviamente sugerida por la curia peruana pero aprobada por él- es un reflejo de su pensamiento, fiel a la doctrina social de la Iglesia pero con aportes sustantivos que la actualizan y le dan renovada vigencia.
Y la aproximación sincera con los fieles, cuando tantos se han pasado a las filas evangélicas y cristianas en los últimos 30 años, constituye un indudable refuerzo para la Iglesia católica peruana dividida por razones personales y políticas a un extremo nocivo para sus fines altruistas y espirituales.
En contradicción con ese tango que nos lleva a “un viejo almacén del Paseo Colón donde van los que tienen perdida la fe”, el Papa Francisco, argentino y latinoamericano, nos ha traído una nueva iglesia para recuperar la Fe.