SERGIO TAPIA T.
La violencia es la reacción irracional de, quien presa del enfado se irrita incontroladamente, estimulándose a sobrepasarse del control que debería tener sobre sus actos, causando el mal a otro. Es una respuesta agresiva, que daña, hiere o lesiona, y hasta mata. Es un estado pasional, estimulado por el odio o la irritación desmedida, que incita sin límites a toda clase de transgresiones. Para Dante Alighieri, es un deseo de obtener justicia pero pervertido por la venganza o el resentimiento.
Para medir lo extendido de la violencia que anida entre nosotros, basta observar a los conductores de vehículos que, inamistosos con todos, abusan de palabra y de obra inobservando la cortesía y la urbanidad, e incumpliendo las reglas de tránsito.
Los estudios sobre la violencia del ser humano se remontan a los clásicos griegos, quienes con afán se volcaron a conocer al hombre mismo. La ira es vicio capital, fuente de graves perturbaciones de conducta. El avance de las ciencias revela que la ira produce cambios psicológicos y biológicos, y afecta la moralidad de los actos humanos. La ira es el descontrol de todo el ser.
La violencia, el abuso y la crueldad están muy extendidas en nuestros días, afectando el matrimonio, la familia, las relaciones laborales y la vida social.
Estamos sumidos en un relativismo que reduce lo sustancial a algo opinable. Lo que produce el imperio del libertinaje y la amoralidad de los actos humanos. Con consecuencias como la pérdida de la noción del mal, la carencia del concepto objetivo del bien y de lo bueno; así como, el extravío de intentar lo que no debe ser permitido ni tolerado.
No es “la” solución reformar leyes penales. Es imprescindible rescatar al hombre mismo. Porque la persona es la llamada a conocer, comprender, respetar y cumplir la ley.
En los últimos cinco años se han emprendido cuatro grandes reformas penales, incrementando significativamente las condenas. En promedio, una reforma cada año y dos meses. Todas se propusieron “erradicar” la violencia. Ninguna de las tres primeras ha logrado extinguirla, y ni siquiera disminuirla. La última está por concluir su proceso de formación y promulgación.
En el 2013, mediante la ley 30068, se promovió la erradicación de la violencia contra la mujer. En el 2015, con la ley 30364, se reguló la protección penal contra el feminicidio y en pro de la integridad familiar. En el 2017, mediante el Decreto Legislativo 1323, el Poder Ejecutivo sumó a lucha contra la violencia el agregado de “la violencia de género”. La semana pasada se aprobó un proyecto de ley elevando las condenas por violencia familiar.
Esa expresión, “violencia de género”, porta un significado ideológico y por lo tanto distorsionador.
Desde el 2012, aplicar la palabra “genero” a los seres humanos está semánticamente proscrito por la Real Academia de la Lengua (RAE), en razón de que las personas tienen sexo (varón y mujer), y no son clasificables por género (masculino, femenino y neutro).
Muchas de las autoridades políticas y la burocracia estatal, deberían repasar castellano, para que se abstengan de emitir planes y programas cargados de barbarismos, incorrecciones lingüísticas y vocablos impropios, como lo es el uso del “genero” para aplicarlo a los seres humanos.
Para respetar la prescripción constitucional de que el castellano es el idioma oficial de la República, nuestros funcionarios deben ser cuidadosos en el hablar y el escribir bajo las reglas del castellano, lo exige el artículo 48 de la Constitución.
Blog (colección artículos publicados en La Razón): https://sergiotapiatapia.blogspot.com/