Por Juan Sotomayor
Acabó la participación de Perú en el mundial de fútbol y la campaña electoral empieza a tomar cuerpo para ir captando progresivamente la atención de la ciudadanía. Como es previsible, la publicidad de los candidatos inunda las calles y redes sociales, procurando hacerse conocidos, difundir sus propuestas y convencer al electorado para que les confíen su voto para llegar a las alcaldías y gobernaciones regionales en todo el país.
También es previsible que, de manera menos explícita, algunos candidatos apelen a la guerra sucia para atacar a sus rivales, especialmente a aquellos que gozan de las preferencias y mayores posibilidades de alzarse con el triunfo. Para este objetivo, no importa si lo que se dice del rival es cierto o no. Lo importante es desacreditarlo a cualquier precio y generar la duda en el elector. Si se daña la honra de las personas, no interesa. Nos enfrentamos a una práctica que actualiza y procura hacer realidad aquellas viejas frases tan comunes en política: “miente, miente que algo queda” y “el fin justifica los medios”.
Lamentablemente, todavía nos falta aprender demasiado en materia de educación electoral y son muy frecuentes los casos en que los votos se otorgan en función de quién genera más simpatías, otorga más dádivas o aparenta estar dispuesto a satisfacer más intereses particulares; todo ello sin realizar una reflexión profunda sobre qué y a quién estamos eligiendo. La cosa empeora cuando el principal criterio para desechar una candidatura se sustenta en información falsa, producto de una guerra sucia.
Por ello, así como se exige a los candidatos presentar sus hojas de vida y ser totalmente veraces en los datos que ponen a disposición de la ciudadanía antes de una elección, es necesario que los electores se tomen el tiempo necesario para revisar estas hojas de vida, planes de gobierno y experiencia de cada candidato.
De esta forma podrán emitir un voto consciente y constructivo por el bien de sus comunas y ciudades. De paso, contribuirán a erradicar la pésima práctica de quienes, ante la falta de argumentos y respaldo popular, sólo atinan al golpe bajo y los improperios. Si el ejemplo no llega desde algunos malos candidatos, habrá que generarlo desde el propio electorado.