Entrevista a Oleg Leónov, jefe de Redacción de Sputnik Mundo en Moscú

Por Ricardo Sánchez Serra

 A un año de la operación especial rusa en Ucrania, ¿qué balance haría?

Primero que todo, hablando sobre un año de la operación, quisiera aclararle a sus lectores que ni para mí, ni para las autoridades del país, ni para la sociedad rusa en general, esta fecha supone motivo alguno de festejo o exaltación patriótica. Es una historia bastante triste para todos aquí en Rusia, en la que dos pueblos hermanos se ven enfrentados por intereses ajenos y justó así es como se percibe.

Los rusos de a pie lo tenemos bien claro y figuras políticas y diplomáticas rusas del más alto nivel lo han reiterado una y otra vez: Rusia no libra una guerra contra el pueblo ucraniano, sino contra un intento de las actuales élites estadounidenses de crear en las fronteras rusas una «anti-Rusia» y para eso tienen de aliados ocasionales a las fuerzas más radicales no solo de Ucrania, sino, más ampliamente, de toda Europa del Este.

En segundo lugar, también para que entiendan mejor la visión que tenemos desde acá, aclararía que los rusos no vemos la operación especial actual como un evento independiente del que se pueda hablar sin tener en cuenta sus antecedentes. Se trata de la implicación directa de Rusia en un conflicto mucho más extenso que tiene años y muchos intereses implicados. Ocho años, del 2014 al 2022, en los que Rusia ha mostrado una paciencia enorme, intentando mediar entre las autoridades de Kiev y la población rusoparlante del este de ese país, aguantando ofensas, engaños, maltratos y persecuciones a sus ciudadanos. Y todo con el único interés de no quemar puentes con Kiev y convencer a las partes del conflicto de sentarse a la mesa de negociaciones y buscar una solución pacífica a sus diferencias.

También para aclarar y evitar malentendidos, los últimos festejos que podría haber visto en Rusia tienen como motivo el Día del Defensor de la Patria, que se celebra cada 23 de febrero desde mucho antes del inicio del conflicto en Ucrania y que no tiene relación directa con este, pero sí que se siente hoy más actual que nunca.

Regresando al tema del balance, lamentablemente, vemos que la situación se desarrolla por el peor de los escenarios, sobre todo para la propia Ucrania y su población, que es la que tiene que pagar los platos rotos por las ambiciones infundadas y la poca clarividencia de sus políticos.

“El tiempo cuenta a favor de Moscú y no hay apuro

Esperábamos que el conflicto terminara rápido. ¿El tiempo está contra Rusia?

Pues sí, en la sociedad rusa al principio existía la impresión de que el conflicto iba a terminar rápido y sin daños mayores. Al menos a eso indicaba el rápido avance de las tropas rusas, casi sin resistencia alguna. En solo días entraron en la sureña ciudad de Jersón y estuvieron a las afueras de la capital Kiev y Járkov, otra importante ciudad del este de Ucrania.

Ahora, haciendo una retrospectiva, entendemos que entonces la intención era evitar a toda costa que el conflicto se prolongara y se convirtiera en una carnicería. La idea era con un rápido avance poner en jaque a las autoridades ucranianas, forzarlas a sentarse en la mesa de negociaciones y así terminar de una vez con el ya bastante prolongado conflicto.

Y, al menos al principio, parecía que el plan había dado resultados. Recordemos que solo días después de la implicación rusa en el conflicto, delegaciones de ambos países se reunieron primero en Bielorrusia y luego en Turquía en marzo de 2022 e incluso habían sentado las bases para un proceso de diálogo. Entonces Moscú, como gesto de buena voluntad y para fomentar la confianza mutua, retiró sus tropas de las afueras de la capital ucraniana.

Pero todo resultó ser una cortina de humo.

Primero el Gobierno ucraniano detuvo unilateralmente las negociaciones; luego las unidades del llamado batallón Azov, cercadas en la ciudad de Mariúpol, se negaron a deponer las armas, lo que terminó en el asalto de la ciudad y su destrucción casi total. Hoy día la urbe está siendo reconstruida casi de cero por Rusia. La gota que colmó el vaso para Rusia fue cuando Ucrania realizó un ataque sorpresa a las afueras de Járkov y las fuerzas rusas tuvieron que replegarse para una restructuración del frente.

Este arriesgado paso agotó la paciencia de las autoridades rusas. Viendo que el Gobierno de Kiev no está dispuesto a dialogar y solo estaba ganando tiempo, Moscú comenzó el proceso de integración de las cuatro regiones que alguna vez fueron ucranianas y la reestructuración de sus fuerzas en el frente para un conflicto que parece que será más prolongado de lo que inicialmente se pensó.

Pero si buscamos ser del todo objetivos, veremos que los dirigentes rusos nunca prometieron a la población una victoria rápida. Ahora diría que siempre tuvieron en mente un posible ‘plan B’ que implicaba que la operación se dilataría.

Y aquí pasamos a la segunda parte de la pregunta.

Diría que todo lo contrario. Rusia no busca ahora una rápida victoria. Y no lo digo yo, lo dicen los dirigentes del país: que el tiempo cuenta a favor de Moscú y no hay apuro alguno. Al día de hoy todo parece indicar que Rusia está mucho más preparada para jugar largo que EE. UU. y sus aliados.

Así, el bloque económico del país, dirigido por el primer ministro ruso, Mijaíl Mishustin, supo manejar la situación y estabilizar el primer impacto de las restricciones mucho mejor de lo que lo han hecho en el propio Occidente. Es cierto que la economía rusa sufrió un leve retroceso en cuanto al PBI, pero incluso este ha sido menor que el pronóstico de las propias autoridades rusas y todos los pronósticos para Rusia son positivos, incluso los de organizaciones internacionales y occidentales. El mercado laboral se encuentra estable, las importaciones occidentales fueron rápidamente sustituidas, la mayoría de los exportadores rusos ya encontraron nuevos mercados en Asia y ahora buscan entrar en África y América Latina.

En lo que respecta a lo militar, todo parece indicar que Ucrania ha agotado sus almacenes y, con ello, sus capacidades ofensivas. Ahora su defensa se basa únicamente en la superioridad que tienen en cuanto a fuerza viva. Recordemos que desde el principio de la operación rusa, Kiev ha llamado a las armas a un millón de sus ciudadanos, mientras las fuerzas rusas que combaten en el frente, según estimaciones, apenas llegan a la mitad de esa cifra y tienen una mejor preparación.

También vemos que la iniciativa está del lado ruso, es Moscú el que pone las reglas de juego en el campo de batalla y no al revés. Kiev no ha logrado ni una sola victoria contundente, solo ha ocupado territorios cedidos por Rusia y no creo que las escasas ayudas financieras y armamentísticas de EE. UU. y sus aliados puedan revertir esta situación.

Zelenski es rehén

¿Por qué cree que Zelenski no quiere hablar de paz?

Desde los primeros días de la involucración de Rusia en el conflicto, Zelenski había mostrado su disposición al diálogo y, quizá, si dependiera de él, hace mucho que lo habría hecho. Pero todo parece indicar que esa decisión no depende de él. Zelenski, lamentablemente para todos, no es una figura de peso ni en el panorama político de Ucrania, ni en la arena internacional. No tiene historial como administrador público, ni capital político, ni ningún bloque de fuerzas real detrás que le permita realizar un programa independiente, lo que en la terminología estadounidense llamaríamos «Deep state».

Él es un actor de comedia que, de hecho, actuó incluso ante Putin en un show humorístico ruso, donde se hizo famoso. Llegó a ser presidente justamente por su popularidad como artista rusoparlante y su retórica de reconciliación con los rusos dentro de Ucrania y con Rusia como país vecino. Fue justamente ese programa el que le otorgó una victoria aplastante en las presidenciales de 2019, con más del 70 % de los votos. Y desde Rusia lo veíamos con mucha expectativa cuando, durante su campaña, prometía sentarse a la mesa de negociaciones, incluso con Putin si fuese necesario, para resolver las diferencias y traer la paz a nuestros pueblos.

Una vez presidente, lanzó una serie de medidas que había prometido para proteger los derechos de los rusoparlantes en Ucrania y viajo al Donbás, donde tuvo incluso un famoso altercado con un ultranacionalista ucraniano, porque Zelenski quería que este cumpliera con los Acuerdos de Minsk y se retirara de las zonas establecidas como desmilitarizadas. Cuando Zelenski juramentó, muchas de las figuras ucranianas más radicales del ‘partido de la guerra con Rusia’ huyeron del país, probablemente por temor a sus represalias.

Pero esto cambió rápidamente por cuestiones que por ahora solo podemos suponer.

El ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, indica que el proceso de negociación entre Rusia y Ucrania en Turquía se suspendió por órdenes directas de EE. UU. y Reino Unido. También podemos ver cómo Washington y Londres condicionan su ayuda militar a Kiev con que tome medidas más activas en el campo de batalla, no en la mesa de negociaciones. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, e incluso el responsable de la diplomacia de la UE, Josep Borrell, han dicho explícitamente que la solución al conflicto está en el campo de batalla.

¡Solo piénsenlo por un momento! El diplomático de mayor rango de la Unión Europea es militante del ‘partido de la guerra’, no de la diplomacia. Es lo que la vocera de la diplomacia rusa, María Zajárova, llamó «la guerra de Occidente contra Rusia hasta el último ucraniano». Muy acertada.

Personalmente, diría que Zelenski es rehén de una fuerza mucho más poderosa que la que él mismo puede formar. Ya sea una fuerza militar, económica o incluso no descartaría que las agencias especiales occidentales lo chantajeen con sacar a luz algún tipo de trapo sucio contra él. Para alguien con corazón de artista y humorista esto sería el final.

En estas circunstancias, a Zelenski ahora solo le queda actuar según el guion que le han preparado. Y, hay que reconocer, como buen artista lo ha hecho bastante bien.

En su opinión, ¿cuál sería el acuerdo para el fin del conflicto?

Personalmente, no me atrevo hacer predicciones porque veo varios desenlaces de este conflicto, pero marcaré mis versiones optimista y pesimista.

Creo que todo depende de si la cúpula política de Kiev es capaz o no de llenarse de valor para contradecir a sus patrocinadores en Washington y sentarse en la mesa de negociaciones con Moscú. Esta sería la versión optimista. Al día de hoy, Moscú sigue abierta al diálogo, pero las condiciones, obviamente, ya no serán las mismas que en marzo de 2022. Diría que así al menos se podría preservar lo que aún queda de territorio ucraniano, pero las actuales autoridades de Kiev ganarían como enemigos a EE. UU. y sus aliados.

Por otro lado, mi versión más pesimista, es que las autoridades ucranianas mantengan el rumbo de negacionismo actual en un intento de mantenerse en el poder, lo que poco a poco llevaría al quiebre de Ucrania como Estado único. Sería como la desintegración de Yugoslavia, con tres regiones claramente marcados: el este del país, rusoparlante, se integraría definitivo a Rusia; el centro, mixto, se mantendría o neutral o un Estado tapón de Rusia; el oeste, históricamente más rusófobo, sería un Estado tapón de la OTAN o incluso se estima que pueda integrarse con Polonia, aunque esto exaltaría ciertos conflictos étnicos, pero no lo descartaría.

Creo que las soluciones radican entre esas dos variantes, pero, repito, no me atrevería apostar por ninguna en particular. Personalmente, me gustaría ver la primera, pero siendo realistas, creo que la segunda es más probable, en la peor de sus formas.

Prensa en Occidente y en Rusia

¿Qué piensa de la libertad de expresión en Occidente sobre el conflicto, y también la libertad de prensa en Rusia sobre el conflicto?

«Decepción» podría ser la palabra más adecuada. Como muchos de mi generación, que crecimos y nos formamos en la época postsoviética, asumimos como un hecho que la prensa occidental es objetiva, imparcial, crítica con las fuentes, que le otorga la palabra a todos los involucrados por igual, que no tergiversaba los hechos y defiende la libertad de expresión como un valor universal, incluso la de sus contrincantes ideológicos. Yo crecí con esa idea y es precisamente lo que busco en mi trabajo.

Pero lo que hemos visto en los últimos años en la prensa mainstream —evitaría llamarla occidental— respecto a Rusia, lamentablemente, ha sido una desilusión absoluta. Diría que respecto a Rusia, hoy la prensa mainstream ha encarnado todos los pecados que habitualmente le atribuían a la propia Rusia: la censura, la propaganda indiscriminada de desinformación, la tergiversación de los hechos, la falta de esmero a la hora de comprobar la información. Para mí ha sido la autodestrucción de un castillo de cristal.

La primera grieta surgió ya en el 2014, cuando en Kiev, con asesoramiento directo de EE. UU., se produjo un golpe de Estado. Entonces vivía en la UE y tuve la oportunidad de ver con mis propios ojos, con una simple comparación de los reportajes de medios occidentales y los rusos, cómo los primeros no les contaban a sus espectadores toda la verdad. Callaban muchos hechos y realidades que un espectador occidental debería conocer para poder formar una opinión propia. La prensa rusa, al contrario, daba una cobertura mucho más completa de los hechos, opiniones más variadas, le daba la palabra al bando contrario y realizaba investigaciones mucho más exhaustivas.

Fue precisamente esa falta de cobertura objetiva en la prensa mainstream la que me llevó a ejercer como periodista primero en RT y, luego, en Sputnik. Para así intentar llevar al público occidental la otra cara de la moneda que los medios de comunicación parcializados intentan ocultar.

La cobertura que le dieron los medios mainstream a la entrada de Rusia en el conflicto en febrero de 2022 fue, quizá, la mayor desilusión que he vivido en mi vida. Ya no se trataba únicamente que ocultar parte de la verdad, como hacían hasta ahora, es que presencié una caída sin igual en el nivel de respeto hacia los lectores y ética profesional, incluso en los medios que consideraba de los más serios. Propagación de historias evidentemente falsas, de hechos patéticos que se desmienten en un dos por tres, atribución a los políticos rusos de palabras que nunca han dicho.

Y, lamentablemente, desde Rusia vemos que no se trata de casos ocasionales, sino de toda una corriente generalizada de las autoridades de EE. UU. y sus aliados. La prohibición de los medios rusos, la censura de la información que llega desde Rusia, la persecución de comunicadores que buscan romper ese cerco informativo (como es el caso del periodista de Sputnik Marat Kasem o el español Pablo González), todo eso son muestras de la debilidad informativa de los medios mainstream, que buscan silenciar las voces desde Rusia porque no tienen cómo contrarrestarlas.

Incluso el ya mencionado jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, se atrevió a decir en público que la prohibición de los medios rusos es un paso para «la defensa de la libertad de expresión». No me imagino a ningún político o diplomático ruso de ese nivel decir semejante desfachatez.

Ahora vemos que incluso Amnesty International, una organización a la que yo personalmente le tengo muchas preguntas por su imparcialidad, pero incluso esta no es capaz de hacer oídos sordos y ya ha dejado claro que la situación con la persecución de periodistas de habla rusa en Europa es alarmante.

La reciente decisión de la Federación Internacional de Periodistas de cesar al gremio periodístico ruso es otro episodio más de esa lamentable política. Solo pensemos por un momento en la argumentación: lo hicieron porque la Federación de Periodistas de Rusia organizó cuatro sucursales en los nuevos territorios y esto, dicen, «ha sembrado divisiones entre organizaciones hermanas». O sea, ¿acaso los periodistas rusos no pueden tener ahí ninguna representación? ¿Y quién va a comunicar desde el lugar si nadie más lo hace? ¿O acaso nos sancionan por querer hacer nuestro trabajo desde un lugar al que más nadie ha tenido el valor de ir? ¿Y cómo este paso de la Federación rusa siembra divisiones? ¿Entre quién? Son muchas las preguntas que surgen y que ponen en duda la imparcialidad de esa decisión.

Y todo esto mientras en la propia Ucrania desde hace años tienen prohibido que periodistas rusos trabajen, como también persiguen a cualquiera que se atreva a obtener información de la prensa rusa. Pero esto nunca le preocupó ni a EE.UU., ni a Europa, ni a las organizaciones internacionales.

Rusia, por su parte, ha hecho lo propio, pero solo en respuesta a las acciones similares desde algunos Estados occidentales. Incluso así, tengo que decir que por profesión me toca mucho leer la prensa occidental y hablar con personas de Europa y América y diría, sin duda alguna, que hoy día un ruso promedio tiene una visión sobre el conflicto ucraniano y de lo que pasa en el resto del mundo mucho más completa, fundada y racional, que un ciudadano occidental promedio sobre Ucrania, lo que pasa ahí o en Rusia. Lamentablemente. Y mi trabajo es precisamente tratar de cambiar esa situación.

Algo que desee agregar…

Simplemente, quisiera dar las gracias por esta oportunidad de poder explicar, aunque sea así de breve, la visión rusa de este complicado tema. Esperemos que ayude a un mejor entendimiento de su público para que tenga una visión más completa y soberana sobre cómo se desarrollan los acontecimientos.


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