Irritabilidad, ansiedad persistente, dolores de cabeza, tensión muscular, insomnio y cambios en el apetito, son algunas señales de estrés navideño.
Las luces se encienden, suenan los villancicos y la publicidad anuncia la llegada de “la época más maravillosa del año”. Sin embargo, para miles de peruanos, diciembre deja de ser sinónimo de armonía y se transforma en una carrera agotadora. Según Edgar Joel Flores, psicoterapeuta y catedrático de la Universidad Privada San Juan Bautista, este fenómeno surge cuando las exigencias de la temporada superan los recursos personales.
“Es la sensación de tener que hacerlo todo y estar perfecto, una presión que paradójicamente nos roba la alegría. Detrás del brillo de las esferas y el papel de regalo, se oculta una realidad silenciosa: la sobrecarga emocional y física conocida como estrés navideño”, señala el especialista.
A esto se suma que, diciembre, es un mes que concentra ritmos laborales acelerados, gastos adicionales, organización de reuniones, balances personales, viajes y reencuentros familiares, que pueden reactivar recuerdos o duelos. Todo ocurre al mismo tiempo, convirtiendo el fin de año en un periodo simbólicamente cargado y emocionalmente abrumador.
Una de las mayores fuentes de ansiedad, precisa Flores, es la presión social por “estar felices”. La expectativa de mostrarse alegre, agradecido y disponible, incluso cuando la realidad emocional no acompaña, genera culpa y autoexigencia.
El estrés navideño deja huellas en el bienestar físico y mental. Irritabilidad, tristeza, ansiedad persistente, dolores de cabeza, tensión muscular, insomnio, fatiga y cambios en el apetito son señales de alerta frecuentes durante estas semanas. En el comportamiento, pueden aparecer impulsividad en compras, dificultad para concentrarse, mayor consumo de alcohol o la tendencia a aislarse.
Reconocer a tiempo y actuar
Identificar estos síntomas a tiempo es fundamental para evitar que el malestar se convierta en un problema mayor.
Para recuperar la calma, el psicoterapeuta recomienda organizar y simplificar las actividades, aceptar que no todo tiene que hacerse ni todo debe salir perfecto, y recordar que las celebraciones pueden ser más sencillas y auténticas. Planificar gastos con anticipación, delegar tareas, reducir la exposición a redes sociales y mantener rutinas básicas como dormir bien, hidratarse y realizar actividad física ayuda a aliviar la saturación. Hacer pausas durante el día para respirar también puede marcar una diferencia significativa.
Si los síntomas se intensifican, conversar con alguien de confianza o buscar apoyo profesional es una alternativa importante. Ojo, el rol de la familia es clave para quienes viven estas fiestas con angustia en lugar de alegría.
Validar la experiencia del otro, preguntar qué necesita, evitar presionar su participación y distribuir equitativamente las responsabilidades reduce tensiones y favorece un ambiente más saludable. Crear espacios tranquilos durante la celebración y acompañar sin invadir son gestos que pueden transformar por completo la vivencia de estas fechas. “La flexibilidad y la comprensión alivian más que cualquier mensaje motivador”, concluye Flores.



