Entrevista al excanciller Luis Gonzales Posada sobre su libro «1932 Asalto al Congreso».
“Con Sánchez Cerro miles de apristas fueron encarcelados, torturados o pasaron a la clandestinidad, como mi propio padre”.
La Razón conversó con el ex canciller Luis Gonzales Posada sobre el contenido de su exitoso libro «1932, Asalto al Congreso», donde aborda dramáticos momentos que vivió el país y especialmente su partido, el APRA, durante el régimen dictatorial del comandante Luis Miguel Sánchez Cerro.
El ex ministro aprista dice que la obra recuerda conversaciones de su padre, Carlos Gonzales Posada – abogado y poeta – con compañeros del partido que se reunían periódicamente en su casa de Magdalena del Mar. Entre ellos cita a Carlos Alberto Izaguirre, creador, junto con su padre, del Día de la Madre, Carlos Manuel Cox, Luis Heysen, Guillermo Morón Ayllón y Luis Alberto Sánchez.
– ¿Qué trataban en esas reuniones?
– Conversaban del partido y en general de temas políticos, contando sus experiencias o de otros compañeros. Todos habían estado presos o viviendo en la clandestinidad, especialmente durante los gobiernos de Sánchez Cerro, Benavides, Prado en su primer mandato y Odría. Mi padre, por ejemplo, estuvo en El Frontón y el Panóptico. Esas experiencias los compactó emocionalmente. Sus esposas eran muy activas y formaron el Grupo Las Samaritanas, que conseguían apoyo económico y comida para llevar a las familias de compañeros detenidos.
“Proyectan a Bustamante y Rivero como un gran demócrata, pero fue un mito mediático”.
– ¿Su primer recuerdo que traslada al libro?
Que no estuvieron de acuerdo que Bustamante y Rivero fuera candidato del Frente Democrático, en 1945, elecciones que ganó ampliamente gracias a los votos del Apra, en ese momento el partido más fuerte del Perú. Ellos hubieran preferido a Rafael Belaunde. Decían que Bustamante y Rivero redactó el manifiesto golpista de Sánchez Cerro y fue su asesor político y ministro de Justicia. En su gestión se inició la purga de magistrados del Poder Judicial y crearon un engendro llamado Tribunal de Sanción, organismo inexistente en la Constitución, que tuvo el deplorable objetivo de perseguir ilegalmente a funcionarios del régimen derrocado. En ese periodo también comenzó la tortura al presidente Leguía. Rememorando esos comentarios revisé los textos de la época y hablé con historiadores no sólo para comprobar los hechos, sino para saber si Bustamante y Rivero hizo algún mea culpa.
Comandante Sánchez Cerro a su llegada a Lima. Fue el gobierno más represivo de la historia. Ordenó el cierre del Congreso y el desafuero de 23 parlamentarios, apresados y deportados.
– ¿La hizo?
– No. Inclusive conversé con el doctor Bedoya Reyes, que fue su secretario y con historiadores arequipeños. No existe ninguna declaración, documento o escrito sobre esa época oscura de su vida política. Me extrañó mucho que no dijera nada en sus libros, que los académicos pasarán por alto ese hecho y, más bien, proyectan a Bustamante y Rivero como un gran demócrata. Fue un mito mediático.
“Sánchez Cerro fue un personaje siniestro que hizo de la violencia cuartelera un estilo de hacer política”.
– En la presentación del libro en el Congreso sostuvo que 1932 fue el año más trágico de nuestra historia.
– Recordé a Zavalita, mítico personaje de la novela Conversación en la Catedral, de Mario Vargas Llosa, que preguntaba angustiado «¿en qué momento se jodió el Perú?», buscando una explicación a nuestras desventuras y frustraciones. Dije que fueron varios momentos, incluyendo la llegada de Pedro Castillo al gobierno, pero el peor tiempo fue con Sánchez Cerro, personaje siniestro que hizo de la violencia cuartelera un estilo de hacer política, fusilando, torturando, escarneciendo opositores y dispuso el bombardeo de una ciudad como Trujillo. Sus banderas fueron el odio y la represión.
Última foto en libertad. De izquierda a derecha los constituyentes apristas Manuel Seoane, Luis Alberto Sánchez, Luis Heysen y Carlos Manuel Cox, todos conducidos presos y deportados. Al centro Haya de la Torre, estuvo detenido un año tres meses en el Panóptico desde el 6 de mayo de 1932 hasta el 10 de agosto de 1933.
– Sánchez Cerro tuvo dos etapas de gobierno, una dictatorial y otra constitucional. ¿Se refiere a las dos?
– Sánchez Cerro era muy popular, pero en sus dos periodos cometió atrocidades. Al presidente Leguía lo mató en cámara lenta. Impidió que saliera al exilio, olvidando que lo había protegido, porque en 1922, con el grado de mayor, se sublevó en el Cusco y quiso matar al coronel Sanguinetti, que lo desarmó y envió preso a la isla de Taquila, a cuatro mil metros de altura. Leguía ordenó su libertad. Después lo recibió en Palacio, incorporándolo al Ejército, nada menos que al Estado Mayor. Luego lo nombra tres años a las agregadurías militares en Francia e Italia; es decir, lo premia. Cuando regresa al Perú asciende al grado de comandante y es nombrado jefe del batallón de Zapadores de Arequipa, desde donde se levanta en armas. Muy extraño, casi inverosímil, la conducta de Leguía.
“Sánchez Cerro fusiló, torturó, escarneció opositores. Sus banderas fueron el odio y la represión”.
– ¿Cuánto tiempo estuvo preso?
– Más de año y medio, en condiciones deplorables. Primero en San Lorenzo y después en el Panóptico, muy enfermo. Sufría de cáncer de próstata y no recibía atención médica. Su hijo entraba para atenderlo en su celda, sucia, pestilente y con las ventanas tapiadas, como recuerda el historiador Jorge Basadre en su libro Historia de la República. Algunas noches pasaban militares borrachos, lo insultaban y reían de su desgracia. Finalmente, a pedido de la Marina, lo trasladan a un hospital en Bellavista para operarlo. Ahí el gobierno cometió la última maldad, lanzando petardos de dinamita que remecieron su habitación. Leguía murió pobre, sin proceso ni sentencia judicial, con su casa incendiada y saqueada, pesando 39 kilos. Nunca se encontró dinero oculto en el país o el extranjero y su familia tuvo que pasar precariedades económicas para sobrevivir. Su obra, muy importante, porque fue un buen presidente, la han mantenido oculta. Su nombre fue borrado de calle, avenidas y plazas.
– ¿En qué momento ordenó que asalten el Congreso?
– El 5 de diciembre de 1931 Sánchez Cerro juró como presidente constitucional. El 24 de ese mes los apristas celebraban en su local de Trujillo la tradicional Navidad del Niño del Pueblo, esperando la llegada de Haya de la Torre. Las familias estaban reunidas para entregar regalos a los niños y tomar el chocolate navideño. A media noche el local fue rodeado por soldados y policías. El prefecto ordenó que desalojen, sin orden judicial. Esa arbitraria exigencia fue rechazada, pero ingresaron en tropel y disparando. Asesinaron a cuatro o cinco militantes según Basadre o quince según constituyentes del Apra que viajaron a Trujillo, entre ellos Manuel Seoane. Muchos resultaron heridos y apresados. Algunas mujeres fueron llevadas a los cuarteles y violadas, según ellas mismas denunciaron al juez dando su nombre y apellido. Ese fue el inicio de la barbarie. Cuatro días después el Gobierno presentó una Ley de Emergencia, otorgando todos los poderes al gobierno. Así pretendieron encubrir o legalizar la represión.
“Leguía murió pobre, sin proceso ni sentencia judicial, con su casa incendiada y saqueada, pesando 39 kilos”.
– Luis Alberto Sánchez dice que fue una ley destinada a reprimir a los apristas…
– Sin duda. En la asamblea constituyente los legisladores apristas dieron una gran batalla. Con ellos, demócratas como Eguiguren, Víctor Colina, Arca Parró, Hildebrando Castro Pozo, Luciano Castillo y Víctor Andrés Belaunde. Revisé las transcripciones de las sesiones para tener una visión completa. A pesar de las protestas, todo fue inútil. La norma fue aprobada a carpetazo y comenzó la cacería de parlamentarios apristas.
– ¿Quién dio la orden?
– Sánchez Cerro. Brigadas de policías capturaron a los congresistas en sus casas y oficinas, pero once de ellos se refugiaron en el Congreso. En su libro, En la Selva Política, Eguiguren, un admirable demócrata, a quien después destituyeron, clausuraron su periódico y atacaron su domicilio, narró que “dos camiones con ametralladoras cerraban las bocacalles de la Plaza de la Inquisición”, agregando que “artillería, infantería y caballería” se apoderaron de la zona. Luego, el prefecto de Lima, Chávez Cabello, con una brigada de soplones, ingresaron al hemiciclo. Sánchez rememoró que a las dos y media de la mañana el local fue tomado por soldados que se emplazaron con armas en puertas y galerías. Los once fueron sacados pistola en mano, conducidos al Callao y deportados. A ese grupo se unió voluntariamente el legislador Víctor Andrés Belaunde, en admirable gesto de solidaridad.
“Sánchez Cerro ordenó allanar el Congreso y, pistola en mano, sacar a congresistas apristas, llevarlos al Callao y deportarlos”.
– ¿Para usted fue el hecho más grave en 200 años?
– Se han producido otros golpes de Estado. En todos esos los casos cerraron el Congreso y tanquetas con efectivos militares impidieron el ingreso, pero en esa oportunidad el hemiciclo fue allanado, los legisladores vejados y desaforados ilegalmente. Fue el incidente más grave en 200 años, que, sin embargo, tuvo el respaldo de constituyentes sanchecerristas, de remanentes del civilismo y de medios como El Comercio.
Haya de la Torre en un balcón de la embajada de Colombia. Estuvo asilado 5 años, 3 meses y 3 días.
– Además fue el inicio de un tiempo de barbarie…
– Miles de apristas fueron encarcelados, torturados o pasaron a la clandestinidad, como mi propio padre. Se produjeron levantamientos en todo el país. Estallaron las revoluciones de Trujillo, Cajamarca, Huaraz. En el Callao se levantaron los marineros, que fueron fusilados. Centenares de personas murieron. Fue un tiempo de horror. Muchos apristas fueron ultimados en las ruinas de Chan Chan y militares detenidos en la cárcel de Trujillo asesinados.
– ¿La barbarie concluyó con la muerte de Sánchez Cerro?
– El Apra tenía la absoluta convicción de que la única manera de parar la represión era matando al dictador. Hubo un primer intento el 6 de marzo de 1931, cuando un joven militante, José Melgar, disparó contra Sánchez Cerro en la Iglesia de Miraflores. Su estuche de acero porta lentes amortiguó la bala y se salvó. Melgar fue herido, torturado y estuvo preso hasta 1945. Un año después, el 30 de abril, otro aprista, un humilde vendedor de chocolates, nacido en Cerro de Pasco, Abelardo Mendoza Leyva, esperó a Sánchez Cerro a la salida del hipódromo de Santa Beatriz, donde había presidido una ceremonia de conscriptos que pensaba enviar a la guerra con Colombia. Mendoza rompió el cerco de seguridad encaramándose en el estribo del automóvil que trasladaba al presidente y le disparó mortalmente. Fue masacrado por la seguridad y los edecanes del mandatario. La autopsia reveló 13 impactos de bala y cuatro heridas punzocortantes.
– ¿Dónde estaba Haya de la Torre?
– Preso. En las conversaciones familiares contaron que todos pensaban que matarían a Haya de la Torre, que estaba preso. Uno de ellos contó que de urgencia reunió a veinte compañeros de su sector para ir a los exteriores de la prisión y enfrentar a las turbas sanchecerristas, que pensaban que cobrarían venganza. Cuando llegaron había docenas de apristas que habían hecho lo mismo. Fue una coordinación por intuición.
Alejandro Mendoza Leyva, autor del magnicidio contra Sánchez Cerro.
– ¿Llegaron los sanchecerristas?
– No. Benavides tuvo el tino de cambiar toda la guardia y nombrar personal de su confianza con la orden que protegieran a Víctor Raúl e hizo llegar el mensaje que daría una ley de amnistía, como lo hizo.
– Con su muerte termina la violencia…
– El general Benavides fue un oficial inteligente y culto. Asumió la presidencia para completar el mandato de Sánchez Cerro, hasta 1936, año que convocó a elecciones presidenciales. Haya de la Torre fue vetado y el Apra decide apoyar la candidatura de Luis Antonio Eguiguren. A mitad del recuento de votos, Eguiguren ganaba con amplitud, pero Benavides detiene el cómputo y anula las elecciones aduciendo que se habían detectado votos apristas a su favor. El Jurado Nacional de Elecciones y el Congreso secundan la patraña y continua en el poder hasta 1939. Ese año se realizan elecciones y Haya de la Torre continúa vetado. Gana Prado y mantiene la represión.
– Los coletazos de 1931, dice usted.
– Así es, la crisis continuó, de manera más sofisticada, en menor intensidad. Pero los coletazos de esa época de desgracias continuaron. El odio no se extingue rápidamente. En 1945 parecía que retornamos a la legalidad con la victoria del Frente Democrático que llevó a la jefatura del Estado a Bustamante y Rivero, pero en 1948 es derrocado por el general Manuel Odría, que había sido su ministro de Gobierno y Policía. En 1950 Odría convocó a nuevos comicios, presentándose como candidato único, para gobernar dictatorialmente hasta 1956. En ese largo periodo, desde la presidencia de Benavides hasta Odría, asesinaron a los esposos Miró Quesada y a los secretarios generales apristas Manuel Arévalo y Luis Negreiros. Haya de la Torre estuvo asilado cinco años, tres meses y tres días en la embajada de Colombia en Lima. En 1956 Manuel Prado es electo y cumple su promesa de volver a los apristas a la legalidad y promulgar una ley de amnistía general. Por eso digo que, con el asalto al Congreso en 1932, comenzó un extenso periodo de dictaduras, de violaciones a los derechos humanos, de crímenes execrables. Eso he querido destacar en mi trabajo.
Luis Antonio Eguiguren, Presidente de la asamblea constituyente. Se enfrentó con admirable valor a la dictadura de Sánchez Cerro. Ganó las elecciones presidenciales de 1936, que fueron anuladas.