Francisco Chirinos Soto
Subsisten plenamente mis observaciones a lo que viene ocurriendo en estos días con relación a este tema tan zarandeado del futbolista Paolo Guerrero. Tenía y mantengo mi convicción acerca de que la labor del perdón no es ni puede ser atribución del órgano que impone los castigos y las sanciones. Esta última función, la de castigar, que está plenamente individualizada en la doctrina universal, es perfectamente distinta de la función de crear, aplicar y hacer cumplir las normas jurídicas.
Ya Montesquieu, en su monumental obra El Espíritu de las Leyes, hizo la clara diferenciación entre lo uno y lo otro. Si el perdón se entiende como la derogatoria de la norma penal para un caso específico, resultaría entonces que legislar, aplicar y perdonar se confundirían en una sola mano, lo cual conspiraría contra el principio universalmente aceptado de la separación de los poderes públicos.
En el tema Guerrero, se está llegando a una nueva extravagancia. Después de haber fracasado la tentativa del indulto gestionada ante la FIFA, se estaría intentando ahora acudir ante el Supremo Tribunal de Justicia de la Confederación Helvética, en un recurso del todo inusual que contradice las reglas tradicionales de la materia. Empero lo que parecería que envuelve este último recurso ante el supremo órgano judicial suizo, consistiría en una especie de recurso de casación, mediante el cual se pretendería lograr la invalidez de la resolución condenatoria contra Guerrero, sobre la base de argumentos formales que describirían la existencia de irregularidades de tipo procesal en la causa seguida contra el futbolista peruano. Sin embargo de lo dicho, no puede perderse de vista que la esencia del recurso dirigido ante el Supremo Tribunal Suizo constituye una petición de indulto o perdón y dentro del marco de dicha convicción, nos debemos afirmar en la certeza de que se está introduciendo un factor perturbador del equilibrio de poderes que ya está establecido en lo que se refiere al ejercicio del derecho de gracia. Un tribunal de justicia en Suiza y en todo el mundo, no tiene la facultad para ejercer el derecho de gracia que es, según sus raíces históricas, atributo del rey o de quien, en las modernas democracias constitucionales, ha venido a sustituir a la imagen del monarca.
El tema Paolo Guerrero hay que darlo por terminado, tomando el asunto con la serenidad y el sentido práctico con que lo ha hecho el entrenador de la selección peruana, don Ricardo Gareca. En definitiva, con Guerrero o sin Guerrero, el Perú debe afrontar el campeonato mundial de fútbol con fe y con entereza y tratar de lograr la mejor ubicación dentro del concierto universal de naciones. El futbolista Yoshimar Yotún, sin apartarse de su amistad y de su lealtad con Guerrero, ha sostenido que el equipo peruano, sin la presencia de su capitán, ha sido capaz de meritorias performances en el plano internacional. Las dotes estratégicas de Gareca sabrán cubrir el vacío y dejar el nombre de nuestro país en un lugar de mérito.