Por: Iván Torres La Torre
Algunas veces es bueno hacer un giro radical en los temas de opinión; olvidarnos de Chávarri, Odebrecht, Vizcarra y otras desgracias que ocurren en la vida política del país que se han vuelto tóxicas para el peruano de a pie, que contaminan la voluntad y el entusiasmo nacional. Virar y mirar a otros componentes de la historia del país podría resultar más importante, a manera de bálsamo y de aliciente para sentir que nada está perdido, que aún existen raíces que pueden inspirar a la juventud peruana, quienes finalmente son los depositarios de la única esperanza nacional.
Desde las civilizaciones más antiguas, la niñez y la juventud de una gran nación fue forjada en carácter y temple en base a referentes, a personajes que destacaron por un impacto social, convirtiéndose en arquetipos ejemplificadores, dignos de imitar, de analizar, de seguir, manteniéndose vigentes en las futuras generaciones nacionales, convirtiéndose en héroes, ya sea en la milicia, en el civismo, en la ciencia, humanismo, botánica, en las ciencias y en cualquier manifestación humana que los perennice como el héroe nacional.
El héroe nacional es inspirador y motivador; es el motor de la conciencia cívica de una gran nación. Es el resumen de identidad, de esfuerzo y sobre todo de la más grande voluntad, pues finalmente la voluntad es el factor que marca la diferencia en las actitudes humanas frente a un hecho determinado en la vida. La voluntad del héroe es férrea, insuperable y, en nuestro gran Perú, tenemos cientos de estos arquetipos, verdaderos héroes.
Sin embargo, con el tiempo, el héroe fue reemplazado por el ídolo. A la niñez y juventud nacionales se les concientiza a tener ídolos, pero el ídolo jamás llegará a ser un héroe. El ídolo es simplemente una moda, un gusto; hay ídolos en el deporte, en la música, en la televisión, en la radio, en la política (los “avengers”); sin embargo, ya nadie habla a la niñez y a la juventud de los grandes héroes, generando un daño irreparable. A veces, de manera totalmente conspirativa, se colocan “ídolos” en el colectivo social, pero como dice el dicho “son ídolos de barro”.
El ídolo es efímero, temporal, pasajero, común. A veces aportan algunas cualidades importantes, pero nunca aportan lo trascendente, jamás lo sustancial; simplemente sostienen una pose para sí mismos y por lo general, buscan un beneficio o negocio. Sin embargo, el héroe es incondicional, no busca nada, solamente la elevación de su deber más alto y supremo; actúa para los demás y no para sí mismo. En resumen, el héroe actúa para la inmortalidad.
Finalmente, forjemos a nuestra niñez y juventud con referentes en verdaderos héroes y no en ídolos. Forjemos una nueva generación que rechace, intransigentemente, como debe ser, toda manifestación política o social como la que atraviesa nuestro país en estos tiempos. Hasta la próxima semana.