A diferencia de la traición del gobierno chileno de Pinochet, el presidente Belaúnde dio su apoyo total a la demanda militar argentina de recuperar Las Malvinas, que incluyó la participación de una flota de aviones Mirage y sus sistemas de combate
Uno de los más controvertidos hechos durante la Guerra de las Malvinas fue cuando se encontraron los restos de un helicóptero inglés Sea King en territorio de la provincia de Tierra del Fuego (Argentina). Este helicóptero había partido desde territorio chileno embarcando comandos ingleses con la secreta tarea de sabotear los misiles Exocet argentinos que se encontraban en la ciudad fueguina de Río Grande. La misión no tuvo éxito y fue un desastre, pero dejó claramente demostrado para qué lado jugaba Chile.
Sidney Edwards, vicecomodoro oficial de la fuerza aérea británica (RAF), que el 14 de abril de 1982 viajó a Santiago con la misión de conseguir el apoyo del régimen de Augusto Pinochet, escribió hace unos años un libro de memorias sobre su experiencia en Chile, «My Secret Falklands War».
Edwards llegó a Santiago con una carta de la RAF y la misión de lograr, y coordinar luego, el apoyo del régimen chileno. El 2 de abril, Argentina, gobernada también por una dictadura militar, había invadido las islas del Atlántico Sur, sobre las que reivindica su soberanía, dando inicio a un conflicto que duraría casi dos meses y medio y acabaría con su derrota.
«Hubiéramos perdido la guerra» porque «no hubiéramos podido responder a los ataques aéreos que lanzaban los argentinos si no hubiéramos sabido cuándo iban a producirse», explica Edwards.
La estación de radares de Punta Arenas, en el sur de Chile, se reveló como una herramienta preciosa para avisar cuando los cazas argentinos dejaban sus bases en el sur de Argentina» y permitir enviar los aparatos británicos a su encuentro lejos de su flota.
Relato de una traición
Edwards, elegido entre otros motivos por su buen español -había estado en la embajada en Madrid- tenía claro que para conseguir sus objetivos debía cortejar al general Fernando Matthei, comandante de la Fuerza Aérea, con supuestas simpatías anglófilas, y miembro de la junta militar que gobernó el país entre 1973 y 1990. La misión era secreta, y ni siquiera en la embajada británica sabían qué motivo había traído a Edwards a Santiago.
Los chilenos aceptaron ayudar en secreto -un secreto a voces que se confirmaría con la desclasificación en 2012 de los documentos británicos de la guerra- y a cambio se les daría para siempre el material militar que necesitaban.
«Nunca me reuní con Pinochet, fue deliberado. A menudo estuve en el mismo edificio que él, hablando con Matthei, salía al pasillo y ahí estaba Pinochet. Fue una estrategia deliberada, (el apoyo) no hubiera ocurrido sin su aprobación. Pero (Pinochet) quería una salida por si algo iba mal, poder decir `no sabía qué estaba haciendo Matthei`».
«Matthei asumió un gran riesgo, pero lo hizo por su país, porque sabía que si los argentinos ganaban aquella guerra, luego querrían las islas del canal de Beagle«, objeto en ese entonces de fricciones entre los dos países sudamericanos, «y eso hubiera sido otra guerra«.
«Lo que hizo Chile no sólo nos ayudó a nosotros, sino que evitó otra guerra en Sudamérica», asegura Edwards. Apoyarse en un régimen brutal como el chileno no le supuso ningún conflicto al oficial británico.
«El enemigo de mi enemigo es mi amigo. Tengo mi propia opinión sobre las dictaduras y los derechos humanos, pero me las guardo. Uno lucha en una guerra con todo lo que tiene a mano. Ellos empezaron la guerra, pero nosotros teníamos que ganarla«, afirma.
Años después, en 1998, Pinochet fue detenido en Londres a demanda de la Justicia española y Margaret Thatcher, la primera ministra en la época de la guerra, salió encendidamente en su defensa.
Ella «sabía lo que los chilenos habían hecho por nosotros pero no podía decirlo, porque la información estaba clasificada. Yo pensaba, `si la gente supiera…`. El motivo por el que ella» defendió a Pinochet con uñas y dientes «era saldar una deuda de honor, porque les debíamos mucho a los chilenos».
Edwards fue condecorado con la Orden del Imperio Británico pero no en la lista de honores de la guerra de las Malvinas, para preservar el secreto.
La otra cara de la moneda
Iniciado el conflicto de Malvinas en abril de 1982, hubo solicitudes y requerimientos específicos desde Buenos Aires para atender las demandas logísticas de Argentina. Figuras centrales de estos aprestos serían por la parte peruana el ministro de Aeronáutica, general José Gagliardi, y el Jefe de la FAP, Hernán Boluarte.
El apoyo y adhesión del Presidente Belaúnde a tales necesidades fue total y sin titubeos. Los mandos aéreos peruanos analizarían la situación al detalle y solo establecerían dos cortapisas para su apoyo: no transferir el abundante material soviético, en concreto los aviones de combate Sukhoi, para no hacer visible y en extremo evidente la participación peruana en las operaciones militares.
Se decidió, como más realista y discreta, la opción de enviar los Mirage 5 y sus sistemas de armas, como misiles Nord AS-30 aire-superficie. Todo indica que habrían sido diez aviones de la flota de 32 existentes en el Grupo 6 de Chiclayo, al norte de Lima.
La figura fundamental en la etapa de transferencia de los aviones fue el mayor Aurelio Crovetto Yáñez, quien lideró el recibimiento del silente vuelo de los aviones en la ruta La Joya-Jujuy-Tandil por espacio aéreo de Bolivia. Crovetto se quedaría en Argentina hasta finalizado el conflicto, como una suerte de apoyo técnico a sus pares de la Fuerza Aérea.