Por: Pedro Godoy P.
SANTIAGO DE CHILE.- Los trastornos internos de Perú y luego la fundación de la Confederación Perú-Boliviana originan la migración de actores políticos y militares de aquel país a Chile. En Ecuador no hay ambiente para asilarse, pues el Presidente Rocafuerte simpatiza con el Protector. Lo anotado implica que, por turno, se estacionan en Valparaiso y Santiago, disfrutando de la hospitalidad mapochina connotados salaverrinos y gamarristas. Incluso la viuda de Salaverry y sus hijos viven varios años en esta Capital. Los refugiados viven en permanente discordia. Sólo genera frágil armonía el choque armado de Chile contra la Confederación Perú-Boliviana.
El Presidente José Joaquín Prieto y su archiministro Diego Portales los acogen con entusiasmo. “Bajo cuerda” reciben subsidios y se les financian periódicos y folletos con proclamas. Ya estallada la guerra son premunidos de uniformes, vituallas y pertrechos. Lo importante para estos grupos opositores asilados es deponer al mariscal Santa Cruz que se ha proclamado Protector. El Ejército Unido de Restauración estará integrado principalmente por chilenos y no más de un regimiento de peruanos. Ello tanto en la fracasada expedición de Manuel Blanco Encalada como en la triunfante capitaneada por Manuel Bulnes.Los asilados argumentan que la integración de “los Perues” supone la demolición de la soberanía peruana que deja al país en la condición de colonia. La Paz –en términos actuales- impulsaría un sui generis imperialismo. El asunto –alegan- involucra al Continente y, en especial a Chile. Este discurso se advierte en los periódicos publicados en Santiago. Favoreciendo una política chilena de intervención coinciden con la doctrina portaliana. Pareciera que los blancos de Lima piden auxilio a los blancos chilenos ante la avalancha aborigen proveniente del Altiplano. Este odio o pánico se tiñe de racismo.
Expresa la opinión xenófoba el semanario “El Intérprete”. Lo manejan los salaverrinos Felipe Pardo y Aliaga, Mariano Ignacio Vivanco y Andrés Martínez. Desde allí se ridiculiza al líder confederativo. Su ancestro aymara motiva burla. Se lo describe como “cholo bárbaro y hediondo”, un “indio que sojuzga al país de los Incas”. “indio jetón”, “vándalo”, “tonto”. Pardo difunde irónicas versainas con estos insultos en las columnas de prensa logrando alta difusión. Ese racismo se sabe es endeble porque al menos Castilla y Gamarra campeones del anticrucismo son mestizos.
La emigración peruana se sacude con la noticia de la expedición de Ramón Freire a Chiloé cuya meta es deponer a Prieto y poner fin al régimen pelucón-estanquero nacido con Lircay. Con esto “El Interprete” activa su campaña, en concordancia con Portales, contraria a la Confederación y proclive a la intervención. La aventura freirina argumenta pone en peligro la seguridad de Chile. Reitera que es urgente independizar al Perú de la usurpación crucista. Es se añade el única camino de restaurar en Perú el Estado de Derecho con una república que garantiza las libertades públicas.
Los peruanos residentes, además del diario mencionado dispone de “La Aurora”. En este nuevo medio escriben los mapochinos Diego Benavente y Manuel Gandarillas. Luego el gamarrismo funda, por intermedio de Juan Antonio Bujandas, el periodíco “El Popular” reemplazado después por “La bandera bicolor”. Su línea es pedir un frente único contra Santa Cruz olvidando viejas rencillas. Manifestaba que los colores del pabellón invitan a la unidad. Insiste que los asilados deben escoger entre la esclavitud y la ciudadanía, entre la tiranía y la república, entre la opresión y la libertad.
La emigración peruana es heterogénea. Refleja nítidamente la desmembrada sociedad peruana. Sus ambiciones de poder y rencores se mantuvieron en el exilio e incluso complicaron las operaciones para generar el regreso. Sin embargo, a pesar de su diversidad de intereses, coinciden con Diego Portales en el lenguaje y la intervención. Yungay es la victoria del aislacionismo. Supone la derrota de la postura bolivariana del crucismo. El arrasamiento de la Confederación implica la soberanía del Perú. El quiebre de la alianza La Paz-Lima, 40 años después, abre la puerta a la llamada Guerra del Pacífico.