Extorsiones, ataques armados y el temor creciente evidencian la incapacidad del Estado para frenar la violencia.
La inseguridad en el Perú ha alcanzado niveles alarmantes, extendiendo sus tentáculos a sectores culturales y comerciales. En las últimas semanas, casos de extorsión, balaceras y ataques han afectado tanto a artistas como a negocios locales, reflejando un clima de violencia que no discrimina.
Uno de los episodios más impactantes involucra a La Engreída del Folklore, cantante vernacular que denunció recibir amenazas de muerte a través de mensajes de WhatsApp. Los extorsionadores le exigen S/25,000 para garantizar su seguridad y la de su familia. Este tipo de intimidación es parte de una tendencia que pone a los artistas en una situación de vulnerabilidad inédita.
Por otro lado, agrupaciones de cumbia también han sido víctimas de ataques. El bus de La Única Tropical fue baleado mientras se dirigía a Lima, un atentado que ocurrió el mismo día en que Armonía 10, otra reconocida banda, enfrentó una situación similar. Estos incidentes no solo amenazan vidas, sino que interrumpen la actividad cultural del país.
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El problema no se limita a los artistas. En el distrito limeño de Carabayllo, un artefacto explosivo fue detonado frente a una discoteca frecuentada por seguidores de Toño Centella, desatando el temor entre los vecinos. En Barrios Altos, un restaurante fue escenario de disparos, acompañados de una carta extorsiva, mientras que en la Panamericana Sur, el atropello mortal de una mujer acentuó la sensación de caos.
El Estado de Emergencia, vigente en varios distritos de Lima, no ha logrado contener este desborde de violencia. Aunque se han intensificado las acciones policiales, expertos coinciden en que la falta de una estrategia integral limita su efectividad. La corrupción dentro de las instituciones de seguridad y justicia, junto con la ausencia de políticas preventivas sostenidas, han sido señaladas como obstáculos clave.