El dos de agosto se ha cumplido cuarenta y cuatro años de la partida del jefe y fundador del APRA, Víctor Raúl Haya de la Torre (Trujillo, 1895 – Lima, 1979); por eso quiero rendir homenaje a su pensamiento, su lucha, su doctrina, su legado, su docencia y decencia moral, a su integridad y martirio de persecución; al peruano y político más ilustre del siglo XX.
El día de su partida fue doloroso para el militante aprista y también para la nación, por eso repito lo que dije entonces: “Como en la tragedia shakesperiana, imito a Antonio y también pido la atención de mis conciudadanos en el funeral de nuestro César, pero no para sepultarlo sino para ensalzarlo. Ha muerto Haya de la Torre. Sí. Increíble. Aunque los pueblos que despierten soñarán junto a él, ha fallecido la fuente misma de la vida política del Perú del siglo pasado. Sin exageración facciosa podemos decir que perdimos al peruano más ilustre de todos los siglos, sea de la Patria mítica, sea de la Patria histórica. La vida del Perú se tejerá hasta que nos extingamos o desparezca la escritura en torno a Víctor Raúl.
Caso extraño el suyo; el de alguien que deja un melgar profundo tras su tempestuoso paso por la tierra sin haber llegado al Poder”.
II
Todos los hombres de la estructura caudillesca e intelectual de nuestro, por siempre, jefe, llegaron al gobierno. Allí están en el olimpo Lenin, Mao, Bonaparte, Bolívar, Trotski, Perón, Mussolini. Quizás él, esotérico, visionario, premonitor, lo vaticinó en su antológico discurso del 8 de diciembre de 1931 cuando dijo:
Quienes han creído que la única misión del aprismo era llegar a Palacio, están equivocados. A Palacio llega cualquiera porque el camino de Palacio se compra con oro, o se conquista con fusiles. Pero la misión del aprismo era llegar a la conciencia del pueblo antes que llegar a Palacio. Y a la conciencia del pueblo no se llega con oro ni con fusiles.
Y así fue. Desde esas frases hasta su partida en 1979 transcurrieron cuarenta y siete años y ni Víctor Raúl ni el APRA llegaron a Palacio ni al Poder, salvo el espejismo de supralegalidad insular que fue la Constituyente. Todos esos años estuvieron jalonados por el inclemente acosamiento a Víctor Raúl por los gobernantes y comodatarios del poder de entonces (Sánchez Cerro, Benavides, Prado, Bustamante y Rivero, Odría, Velasco, Morales Bermúdez) a quienes los enfrentaba y afrentaba desde las catacumbas de Incahuasi, sin más armas que un mimeógrafo, panfletos y simbólicas molotov.
III
Pero, todos estos hurincuzco y hanancuzco de la historia peruana hacían antiaprismo policial mandando a los compañeros al paredón, al ostracismo o la lobera, intentando al mismo tiempo fingir aprismo social. Nos imitaron sin citarnos. Nos copiaron sin poner comillas. Por eso, la condecoración impuesta a Víctor Raúl hace años en su lecho de moribundo, entrañaba más que una ironía una lección. Los vencidos, los perseguidores le otorgaron la Orden del Sol al vencedor yacente, al gran Mariscal civil que los derrotó mil veces con la palabra y con la pluma.
Y muerto los seguirá venciendo porque desde su tumba, Haya persistirá liderándonos y podremos decir de su póstuma conducción, lo que él dijo a los trujillanos al ser excarcelado del Panóptico (1932): “Eso es lo que le faltaba a esta tierra y a este pueblo; le faltaba el soplo de lo cósmico, de lo eterno, de lo alto, de lo puro, y, como no lo tenía fue preciso pedírselo a los muertos; fue preciso que nuestros muertos se sacrificaran para que su aletear nos diera espíritu”.
Relataba haber sabido en sueños desde su calabozo penitenciario los nombres de los seis mil compañeros fusilados en Trujillo. De la muerte habló también desde su prisión en la isla San Lorenzo (1923): “sólo la muerte será más fuerte que mi decisión de ser incansable en la cruzada libertadora”. Esta es la muerte que Haya nunca consideró fin, sino episodio.
Y volverá el APRA para hacer crujir los dientes a los prevaricadores, los ladrones de fondos públicos, los derechistas mafiosos, los militaristas responsables de crímenes contra la Democracia. No venimos a amnistiar canallas. No venimos a blanquear sepulcros. Venimos a dar guerra y a echar fariseos. Queremos un país limpio, libre, sano, moderno. Expulsemos a los apóstatas disfrazados de apóstoles que predican un evangelio seudoizquierdista luego de mil abjuraciones en orgías paganas con la burguesía decadente. ¡Viva Víctor Raúl!
(*) Jurista, exconstituyente, exdiputado, exsenador y excongresista de la República.