Segundo Domingo de mayo, día de la madre, nos desbordamos de felicidad y tristeza según sea el caso que nuestra madre nos acompañe o tal vez ella haya volado raudamente hacia la eternidad pura de las almas buenas. El homenaje y/o reconocimiento en vida o muerte es el ideal racional que todo hijo de bien o de mal, le debe al ser que le dio la vida en este mundo.
El amor de madre no tiene límites, es increíblemente heroica su sacrificio cuando se trata de su retoño, bebé o viejo bebé. Pues, he visto caer lagrimas desgarradoras de una madre por la pérdida de un hijo, como consecuencia de un huayco, crimen, protesta social o accidente de tránsito. Ese dolor de madre cala en los más profundo de nuestra sensibilidad humana.
En esa mañana, aquel atardecer o de aquel anochecer lloré desconsoladamente con amargura, en solo pensar en lo mismo que pudo sentir o sufrir nuestra madre ante tamaña adversidad. Las madres sufrieron mucho con el ciclón Yaku y el fenómeno del Niño. Su primera angustia: “Dios mío, mis hijos”.
Entonces, ellas dejaron de comer por ofrecer lo poco que quedaba a sus hijos. Pues, hasta la madre más acomodada y poderosa no deja de sufrir por sus hijos. El sentimiento de madre trasciende situaciones económicas, financieras o políticas. El amor de madre es humano, tanto o más como el amor de otros seres no pensantes.
El año que pasó, escuché decir a un amigo frente a la tumba de su madre: “Sollozaba por no ocultar mi dolor cuando partiste hacia la eternidad. Más no pude o no quise mostrarte mis sentimientos de hijo arrepentido por años perdidos al negarte una sonrisa de hijo a quien tú adorabas. Temprano fue tu partida y tarde mi dolor dejándome colmar mis sueños sin la esperanza de dar un besito en tu frente arrugadita y marchita a tantos sacrificios de madre adorable sin nada a cambio de ofrecerte”.
Debió decir:” ¿De qué me sirve llorar, ahora, cuando no hallo consuelo en mi conciencia por un pasado que no supe corresponder con un poquitito de cariño humano a mi sagrada madre?”. Pues, imbécil, es tarde para aquellos arrepentimientos tardíos, porque esa santa yace inmutable en una tumba sin alma ni corazón latiente en esta tierra.
Ahora dices: “Madre mía te debo la vida, te debo mi paz, mi ilusión y mis esperanzas. Cómo quisiera demostrarte mi felicidad y orgullo de tener una madre como tú y no vivir una franca desilusión por mi patosa actitud de jovenzuelo”. Sí joven o jovencita, tan grandotes y cojudos (as) valoren a vuestra madre. Cambiad de actitud y decidle: “Mami te amo”. El solo escuchar esa frase lo hará la mujer más feliz del mundo.
Si algo te sirve de consuelo sea la lluvia que oculte y lave tus lágrimas sin que nadie se dé cuenta. Recuerda tus miradas llenas de ternura y alegría, hace feliz a mamá.
(*) Abogado penalista y analista político.