Cuando fue asesinado en 1865, era la sombra de sí mismo, estaba enfermo, agotado por la guerra civil y la depresión crónica.
INFOBAE.COM / Primavera de 1865, el presidente Abraham Lincoln (1809-1865) triunfa contra los sudistas al término de la guerra de Secesión. ¡Pero a qué precio! Los estados rebeldes del sur están arruinados, desangrados, devastados por una terrible guerra civil que llevó la violencia a sus propias tierras, en el transcurso de una maniobra magistral de cerco comandada por el general nordista Ulysses Grant.
La Unión está salvada, los estados modernos e industriosos del Norte se han impuesto a los del viejo Sur negrero, comerciante y aristocrático, y han sacado una ventaja definitiva en la carrera hacia el desarrollo.
El Presidente está orgulloso del deber cumplido, pero llega exhausto al final de la guerra.
Cuatro años de maniobras, de negociaciones, de luchas internas, militares y políticas han desestabilizado su salud, de por sí bastante precaria. Es el primer presidente norteamericano que debió afrontar una guerra civil –con excepción de George Washington que luchó por la independencia de los ingleses de la metrópoli.
Un conflicto atroz, moderno, total –el primero en utilizar armas masivas que prefiguran las masacres europeas de 1870 y luego 1914-, que deja cerca de seiscientos cincuenta mil muertos en el terreno. Hubo que organizar el Ejército nordista frente a los sudistas tenaces y motivados, comandados por jefes prestigiosos, luego organizar un bloqueo, convocar a voluntarios, encarcelar a los sospechosos y sabotear la economía del enemigo haciendo votar el fin inmediato de la esclavitud en los estados secesionistas…
PERDIÓ 20 KILOS
El 9 de abril de 1865, habiendo sido Lincoln reelecto cinco meses antes, las tropas sudistas entregaban sus armas.
En las semanas que siguieron a la victoria, el Presidente perdió veinte kilos. Arrastraba su larga carcasa (1,92 m) en una levita negra demasiado amplia y recuperaba el apodo de «jirafa» con el que sus adversarios acostumbraban a ridiculizarlo. El jefe de Estado estaba cansado, extenuado, al igual que su país, que salía exangüe del conflicto mortal.
Desde hacía mucho tiempo, su constitución física era frágil. Un investigador estadounidense, miembro de una comisión de historiadores que se ha inclinado sobre la cuestión, está convencido de que Lincoln sufría de la enfermedad de Marfan, una dolencia hereditaria del tejido conjuntivo que se caracteriza por miembros largos, cataratas precoces o glaucoma, y problemas cardíacos que frecuentemente implican una muerte prematura…
A esto se agrega una grave y contagiosa enfermedad venérea –la sífilis- que el joven Abraham había contraído antes de su casamiento, con una prostituta, y que curaba con mercurio. También habría sufrido de acromegalia, una enfermedad que se desarrolla en torno a una secreción anormal de la hormona del crecimiento, que provoca un aumento del tamaño de ciertos miembros, como las manos y los pies, y que puede acarrear una muerte prematura. Al fin de cuentas, el Presidente no pasó un año de su vida adulta sin estar enfermo: sufría de una hipocondría permanente –con justicia al parecer- pero igualmente de depresión crónica.
Lincoln lucha contra su naturaleza melancólica y proclive a la tristeza usando su arte de relator. En las veladas, no tiene quien lo iguale en contar historias graciosas y salaces y es el primero en reírse de ellas.
LA MUERTE LO GOLPEA
Cuando quería escaparse del ambiente mortífero de la Casa Blanca, se dirigía a la residencia vecina de su amigo, el secretario de Estado William Henry Seward, en cuya casa las veladas se desarrollaban entre buen humor y canciones, en torno a los cinco hijos del matrimonio.
La muerte no había cesado de golpear a su alrededor: había perdido a su madre a los 9 años, más tarde a su hermana. Y, en 1835, Ann Rutledge, su primer amor, es llevada por la fiebre tifoidea. Por poco enloquece. Erra en los bosques, con un fusil en la mano, velando la tumba de la desaparecida, rechazando toda compañía y pensando en el suicidio. La tristeza lo invade y no lo dejará más.
Convertido en abogado de renombre, rehace su vida con Mary Ann Todd, a quien desposa el 4 de noviembre de 1842. Ella es nueve años menor que él y viene de una rica familia patricia, propietaria de esclavos en Kentucky. Fueron una pareja muy unida. Pero la muerte les arrancará a dos de sus cuatro hijos –un tercero, morirá luego de su asesinato. Sólo el mayor, Robert, sobrevivirá. Nacido el 1º de agosto de 1843, tendrá una brillante carrera de abogado y de político. Robert tuvo 3 hijos a su vez y sólo dos nietos de los cuales ninguno dejará descendencia.
El segundo hijo de Abraham Lincoln, Edward, muere en 1850, a los 4 años de edad. El tercero, Willy, en 1862, cuando su padre está en la Casa Blanca confrontado a los momentos más difíciles de la guerra. El cuarto niño, Thomas, nació el 4 de abril de 1853. De salud frágil como los otros, morirá a los 18 años, en 1871.
La muerte, la angustia y la melancolía serán siempre sus eternas y mórbidas compañeras. Al acercarse al término de su vida, había recibido no menos de 80 amenazas de atentado. Una lista muy precisa que él mismo mantenía al día y guardaba en un sobre con la leyenda «Asesinato», meticulosamente guardado en un cajón de su escritorio. «En caso de que me maten, se confió un día ante un testigo, no puedo morir más que una vez. Pero vivir con el miedo permanente a esto, es morir una y otra vez, indefinidamente…»
Según varios historiadores norteamericanos, su estado psíquico y físico tuvo sin duda alguna impacto sobre su forma de pensar y tomar decisiones. Dominar su cuerpo y su espíritu, aprender a domesticarlos, reclamarles lo mejor a fin de cumplir el destino que la Providencia quiso darle: he ahí los principios que animaron en permanencia el carácter de Abraham Lincoln.
Fuente: https://www.infobae.com/2013/02/10/1066237-la-atormentada-vida-abraham-lincoln/