La vacancia del Presidente Martín Vizcarra reflejó en términos fácticos, la peor de las crisis de las derechas en Perú. Enfrentados por espacios profundos de los mejores negocios, la derecha moderada arrinconó a la extrema con acusaciones y procesos por corrupción. Herida ésta de muerte acusó a Vizcarra también de corrupto.
Entonces la confrontación abierta se desató en términos de tal ferocidad que hasta el rostro más impávido del indiferente se tornó ceñudo. Por eso, desde lo más hondo del alma del pueblo peruano emergió el grito de indignación nacional fundados en esas amargas experiencias de nuestra realidad.
Vizcarra fue a su casa y Merino a Palacio de Gobierno, pero el asunto de esta historia cruda y lironda no acaba aquí. Corren las apuestas por las reacciones internas y externas que se suman a un clima de incertidumbre y desconciertos.
El Premier Antero Flores-Araoz, viejo político altamente conservador, llamó a la calma y unidad de los peruanos. Lo cual no estuvo mal, pero su llamado loable en un contexto muy crispado resultó conveniente, pero todo indicaba que caería en saco roto, como ocurrió, en la medida que los odios y los enfrentamientos calaron tan profundo y a escalas de intolerancia sin aparente retorno.
Esta peligrosa situación al que nos sumieron las derechas parece indicar un camino de largo aliento, hasta que las heridas tan profundas sean cerradas. No obstante eso de aquello: Yo acuso, tú me acusas y nosotros nos acusamos, puede involucrarnos en una vorágine de desaciertos y violencias que pondría en peligro la democracia. La extrema derecha ha puesto en jaque el Estado Constitucional de Derecho.
En este contexto, se hace necesaria limpiar el alma corroída del pendenciero, del patrañero, del coimero, del corrupto y del embustero. Tenemos que fomentar una revolución de los valores, fomentando y educando a las nuevas generaciones en valores positivos sistematizados e interiorizado, que hagan de un ciudadano un policía de sí y un policía para los demás.
He aquí esa mirada abierta a la decencia, honestidad y honradez. No puede haber una economía social de mercado desligado de la moral y los valores, como sostienen esos chismorreadores y falsos liberales que, cual mercaderes de esquinas corruptas, pregonaron durante muchos años una falsa idea del liberalismo de Adam Smith, Hume, etc.
El triunfo de la justicia social no es odiar al rico, sino hacer de él un aliado para la prosperidad de nuestra Nación. La derecha extrema ha sido el artífice de construir un Estado mafioso, corrupto, contaminando a otras derechas más moderadas.
Igual, necesitamos elevar el alma noble de la decencia para poner fin a esa cansada mirada del pesimismo. El Perú requiere del concurso de sus hijos más ilustrados sea de derecha o de izquierda, sino no queremos que los extremistas maten nuestras ansias de vivir en libertad y tolerancia.
Es tiempo de rectificaciones saludables pero para ello, debemos elegir a los estadistas y lúcidos en amor al país.
(*) Abogado penalista y analista político.
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