Por Martín Belaunde Moreyra
Si hubiera una encuesta respecto de los países más infelices de la tierra Siria aparecería en los primeros lugares junto con Yemen, Afganistán y Venezuela. Siria ha sido azotada por una guerra civil desde hace 7 años en la cual intervienen múltiples facciones, muchas de ellas contrarias entre sí, como el Daesh, pero unidas en cuanto al objetivo común de derrocar al presidente Bashar al Assad, hijo y heredero de Hafez al Assad. En Siria vemos como algunos países, gobernados por regímenes supuestamente de izquierda, terminan convirtiéndose en monarquías que perpetúan un régimen odiado.
La guerra civil en Siria es un producto frustrado de la llamada “primavera árabe”, que comenzó en Túnez, se extendió a Libia, pasó a Egipto y luego migró al norte para estacionarse en los alrededores de Damasco. Pero el gobierno de Bashar al Assad se mantiene porque cuenta con el firme apoyo de Rusia e Irán. Para Rusia el régimen sirio representa su principal aliado en el Mediterráneo, donde tiene una gran base naval que rivaliza con el poder marítimo de los Estados Unidos y de sus socios principales en el Medio Oriente. Respecto de Irán el gobierno de Bashar el Assad es un aliado estratégico en el campo ideológico-religioso, porque el actual presidente pertenece a una secta minoritaria islámica afín a los chiitas. Un poco más al norte en Turquía se miraba al régimen sirio con gran hostilidad, pero la insurgencia kurda contra el gobierno de Damasco, vinculada a los movimientos kurdos en Turquía, eliminó cualquier simpatía que el gobierno de Erdogan hubiera podido tener a favor de los rebeldes sirios. A eso debe agregarse los efectos de la migración de millones de refugiados sirios que se vieron forzados a huir a Turquía rumbo a Europa, pero que muchos deben haberse quedado en el camino.
El caso de Siria, como en el de Venezuela, es un ejemplo emblemático que la voluntad inflexible de mantenerse en el poder a cualquier costo humanitario, resulta muchísimo más gravitante que la oposición desde el exterior. Hace algunos años el Presidente Obama dijo que, si el gobierno sirio cruzaba la línea roja de utilizar armas químicas contra su población, Estados Unidos tomaría represalias muy duras contra ese régimen. El hecho es que las armas químicas fueron utilizadas y el Presidente Obama no hizo nada. Esa advertencia no cumplida jugó un papel muy fuerte en el fortalecimiento interno de Bashar al Assad
Trump actúa como la antítesis de Obama. Esta es la segunda vez que lanza un ataque aéreo contra las instalaciones sirias de producción de armas químicas, ante la presunta evidencia de que fueron utilizadas contra civiles inocentes en la ciudad de Duma. El ataque aéreo llamado “de precisión” ejecutado conjuntamente con Gran Bretaña y de Francia, se realizó a pesar de las duras advertencias del gobierno ruso. Trump se auto felicitó ruidosamente de su éxito vía Twitter. No ha tenido la autorización del Consejo de Seguridad y conforme al Derecho Internacional puede ser considerado como una agresión externa. Rusia la mira así y lo ha dicho desafiantemente. La pregunta que flota en el aire es, ¿cómo, cuándo y dónde se producirá una respuesta de Rusia? Salvo que Putin siga el camino de Obama, lo cual parece improbable.