JORGE B. HUGO ÁLVAREZ
No existe un modo amable y bondadoso para criticar las decisiones judiciales, más aún si éstas no se ajustan a parámetros constitucionales. Tampoco ninguna justificación pacífica cuando por infortunio de nuestras vidas, aparece la sombra de un juez exegético emitiendo decisiones para cuidar su quincena, antes que la azucena aromática de la justicia. Pues alabado sea el juez decisor, que alumbra la penumbra con su sapiencia, razonando, meditando y argumentando más allá del significado literal de la norma penal.
Más a diferencia del exegético, la majestuosidad del decisor se hace prístina, justiciera y sabia. Qué grande sería nuestra Nación si contáramos con jueces sabios y decisores. Son pocos, pero son (César Vallejo), más para desgracia de los espíritus libres, la gran mayoría de jueces del sistema judicial son exegéticos y, en muchas ocasiones, pavos reales y, eso los hace dictadores judiciales.
Mas, no todo aparece envuelto en bruma, pues al sentirnos en las determinaciones de la tragedia humana, como algo fuera de lo inmensamente humano, nos hace un instrumento de una humillación intolerable. No tiene sentido un sistema de justicia perversa que glorifica la pena y sólo guarda oídos finos para la acusación fiscal y oídos toscos para la toga defensorial.
Pues, en esas condiciones, de poco sirve el abogado considerado como pieza procesal disminuida, frente a la voz golosa, aburrida, poco sesuda y repetitiva del acusador. Pobre gentil hombre acusado, tiene contra sí a: Policías, fiscales, procuradores, jueces, prensa, etc. Lo cual en sede penal es lo real y es lo que existe.
Entonces, pobre aquel abogado desgañitándose con argumentos racionales frente a jueces, con pensamiento antelado de una decisión judicial. No es fantasía e ilusión porque los peruanos tomábamos nota, escuchábamos atónitos un audio grabados por un oficial de policía sobre un caso emblemático.
El juez supremo juzgaba pero ya tenía preconcebida una decisión de futura condena, convirtiendo el proceso en una parodia. Lo impropio del juzgador supremo queda evidenciado por sus agresivas frases. Se consideran intocables.
No es un acto supremo aislado. Pues, recuerdo una conversación amical con un Juez Supremo en funciones, exPresidente del Poder Judicial (hoy jubilado). Fue una charla amena en su despacho versando como mudo testimonio, aquellos asuntos académicos en materia penal. El magistrado me concedía razón suficiente en mis teorías de un Derecho penal Constitucionalizado plasmado en una de mis obras de próxima publicación.
Más con gesto de desilusión me dijo con una sinceridad brutal: “Eso poco importa en mis colegas, Total ganamos muy bien. Entonces, por qué complicarse la vida”. Me dije para sí: Pobre Perú. Pero también me reconforté con lo pocos jueces honorables que aún existen. Más traigo acolación estas reflexiones, porque en un próximo artículo escribiré sobre una decisión Judicial írrita de una Jueza penal y de los jueces superiores de la Octava Sala Penal Liquidadora de la Corte Superior de Justica de Lima sobre la libertad de prensa. Todos exegéticos y de pobre argumentación.
(*) Abogado penalista y analista político