PROF. PEDRO GODOY
SANTIAGO DE CHILE. «Todo es un producto y como tal se vende y se compra». Este es un lema y no el único del modelo neoliberal. Aplicado a lo académico es catastrófico. Sin embargo, es lo vigente desde los Chicago Boy’s. Entonces se implanta una legislación escolar vigente hasta hoy. La disciplina escolar se erosiona porque ya no hay «discípulos», sino «clientes». Cada uno involucra –mes a mes- dinero del Fisco. Es lo que se denomina «subvención». También hay un aporte familiar el «copago». Tales sumas multiplicado por millares de educandos constituyen fortunas cuantiosas.
Se multiplican los colegios particulares subvencionados. Obvio, también las Universidades privadas que desatan un huracán publicitario. Unos y otras se administran como empresas. Su meta: la rentabilidad. La consigna es aumentar el número de matriculados. Eso da prestigio al MINEDUC, a los inversionistas ganancias y a los hogares sensación de ascenso. Se decreta «hay que retener al alumno”. Ello, aunque sea un depravado o un mediocre.
El docente –privado de toda autoridad- acata y el Centro de Padres ¡de pláceme! Eso de seleccionar exigiendo excelencia se estima “pasado de moda”, porque lo que interesa es la “cantidad”. La celulitis de planteles secundarios -fundados a destajo- proveen de clientes a esas Casas de Estudio privadas de bibliotecas, laboratorios y de académicos calificados. Instalan sucursales hasta en la más remota aldea Se sabe, los «estudiantes» –aprendan o no- son promovidos.
Se insiste que la escolarización no es mercancía sujeta la ley de la oferta y la demanda. No obstante, el mercado todo lo preside y el lucro, epidemia. La «cobertura» es la meta suprema. Se suprime la profesionalización temprana. Toda preparación para autosustentarse y apoyar a la familia pasa por los estudios superiores. La Universidad se convierte en aspiración masiva. Se inventan «carreras» privadas de empleabilidad y aumenta, en espiral, el afán por maestrías y doctorados.
Las jefaturas académicas privadas y también las fiscales pugnan por incrementar la cantidad de matriculados. Los «sostenedores» -inversionistas privados- incrementan sus faltriqueras y los rectores y decanos se afirman en sus cargos que implican sueldos y asignaciones. En ese contexto, si en un curso por aplicación de rigor y decrece alumnos están al borde de la reprobación se exhorta al docente a que otorgue facilidades a los deficientes. Esa filantropía con los «vulnerables» es ya una especie de religión.
El académico capta así que la majestad de su desempeño está estropeada. Se le ha privado de prerrogativas y -aunque lo rechaza- el sistema lo convierte en un mercenario o, si se quiere, en un ganapan. El afán por el dinero gangrena la estructura escolar y -se reitera- no sólo la privada, sino también la fiscal. Se trata de un carnaval de calificaciones concebidas como limosnas, El confeti de la macabra fiesta es un diluvio de fotocopias porque no hay archivo ni biblioteca.